Cuentos pequeños de pequeños miedos

Cuentos pequeños de pequeños miedos

Por Manuel Salguero. LQSomos.

Los pequeños miedos tal vez sean los que más persisten.
Uno de ellos, es ese lugar que no se ve ni se puede prever.
Otro lo desconocido, que unido al anterior puede provocar las más peligrosas pérdidas de cabeza, incluso en sentido literal.
Puede decirse que el miedo es un revulsivo del dolor, y pone alerta para evitarlo.
¿Pero solo eso? ¿Y el miedo que se busca leyendo un cuento de miedo con una linterna bajo una sábana que te proteja de los terrores que suceden alrededor?
Hay otros miedos, los miedos anónimos. Miedos que suceden sin que los que estén al lado se percaten. Miedos que no se cuentan a nadie. Miedos sutiles, de apenas apariencia, miedos superficiales, que se pegan a la piel.

El libro de cuentos

Aquel niño era un niño caprichoso, que se empeñó en elegir un libro de cuentos de los varios que habían llevado a la escuela. Por mucho que la maestra le dijo que había que esperar a que los demás niños vieran los cuentos y que todos pudiesen elegir, al niño no le convenció. No le importaba, había elegido el primero y eso era lo que le interesaba.
Con la pataleta que montó consiguió que la maestra accediese, pese a que un precedente así podía provocar el descontrol de la clase si los niños y niñas se acostumbraban a conseguir lo que querían por encima de todos a base de pataletas.

“Pero no se te ocurra escribir en el libro, ni doblar las hojas ni estropearlo, que luego lo tienen que leer más niños”. Le dijo la maestra.

Al salir de clase no permitió que ningún niño echase ningún vistazo al libro ni por el forro, pese al interés que había despertado en los demás niños por el libro a causa de su pataleta.

“¿Qué interés tendrá ese libro si a Enriquín no le gustan libros?”, se preguntaban los demás alumnos.

Cuando llegó a su casa no dejó que nadie viese el libro, ni su madre, ni sus dos hermanas. “Es mío y la maestra me ha dicho que no se lo deje a nadie que me lo pueden romper”, esa era su respuesta. Escondió el libro para que no lo cogiese nadie, ni lo viese nadie mientras iba un rato a jugar al parque.

Por la noche, después de cenar, se metió en su habitación y cuando estaba quedándose dormido se acordó del libro, lo saco de su escondite y lo abrió.
Al abrirlo las letras se deslizaron por las páginas cayéndose todas al suelo.
Un grito despertó a toda su familia que corrieron a la habitación de Enriquín a ver qué había pasado. Lo encontraron llorando desesperado, intentando poner las letras en las páginas.

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