Haití desde Puerto Rico
Por Francisco Cabanillas. LQSomos.
Por el momento, lo importante aquí es entender
que nuestra identidad [boricua] como pueblo proviene de
una memoria colectiva que compartimos con otras
islas del Caribe.
Arelis Valentín
No se pudde tomar la sopa de la democracia con
el tenedor de la división.
Jean-Bertrand Aristide
Y parece que fue ayer que Don Pedro [Albizu Campos] se quitó el
sombrero ante las estatuas de Dessalines y Loverture en el
Campo de Marte haitiano.
Ana Lydia Vega
Primer desplazamiento. Desde la escritura puertorriqueña de la segunda mitad del siglo XX, me haitianizo. ¿No lo he estado, sin saberlo, desde la Revolución Haitiana (1791-1804)? En Avengers of the New World. The Story of the Haitian Revolution / Vengadores del Nuevo Mundo. La historia de la Revolución Haitiana (2004), Laurent Dubois plantea que, en efecto, la revolución nos ha haitianizado a todos. Al son de la literatura de Ana Lydia Vega brinco de los cuentos de Encancaranublado (1982), sobre todo el del haitiano en Puerto Rico, “Contrapunto haitiano,” a la novela de Mayra Montero, Del rojo de tu sombra (1992), sobre la haitiana en la República Dominicana. Paso por la referencia a Haití al principio del prefacio de la sociología de la “música tropical,” ¡Salsa, sabor y control! (1998) de Ángel Quintero Rivera:
“En plena euforia conmemorativa de los preparativos para el Quinto Centenario del Descubrimiento de América, y como parte de las celebraciones del triunfo del pueblo sobre la tiranía duvalierista, un grupo de jóvenes haitianos descabezó la estatua de Cristóbal Colón en Port-au-Prince y lanzó la cabeza del almirante al mar.”
Un libro inesperado, de un arquitecto conocido en Puerto Rico, me interpela: El haitiano que hablaba inglés (2014).
Sin caer en las tentaciones de la poesía boricua de la primera parte del siglo XX, como, entre otras, las calabazas haitianas de Luis Palés Matos en Tuntún de pasa y grifería (1950), mantengo el enfoque en la segunda mitad del siglo XX; de la narrativa a la arquitectura pasando por la “alegría” crítica y política de la salsa. Alegría que el sociólogo puertorriqueño, Quintero Rivera, lleva a la sociología de la salsa desde la influencia del sociólogo haitiano, Gerard Pierre-Charles, interesado, no solo en catástrofes sino también en “las contribuciones del Caribe a la alegría en el mundo.”
Subrayo el subtítulo del libro del arquitecto boricua Edwin R. Quiles Rodríguez: El haitiano que hablaba inglés. LA ESCUELA PRIMARIA QUE CONSTRUIMOS EN HAITÍ (2014):
“La escuela debía pertenecer al sitio, comunicarse en un lenguaje común con el vecindario y sus gestos esenciales, sin ser necesariamente una mímesis de aquel, sin ceder su capacidad expresiva, sin dejar de hacer un gesto propio. A mi entender debía ser un edificio moderno que conectara con la gente muy especialmente las niñas y niños, un gesto simbólico sobre la capacidad histórica de los haitianos para reaccionar, levantarse de las ruinas y construir el país de nuevo, sobre la importancia de la educación infantil en el proceso de reconstrucción, sobre la solidaridad y la dignidad.”
Lo bueno (“solidarite Ayití Puerto Rico”) de lo malo (el terremoto haitiano de 2010).
Como si no fuera suficiente alegría leer el relato comprometido del arquitecto Quiles Rodríguez —como dice la sociología de la salsa, “la alegría desde la tristeza”—, la lectura de El haitiano que hablaba inglés ofrenda al lector, en el “Prólogo fabulado,” escrito —¿ciencia ficción?— en “septiembre de 2022,” otra alegría; la de descubrir que lo escribe la hija de “el haitiano que hablaba inglés,” Felicie Boisseau (radicada en Puerto Rico), una de las niñas que vivió la pesadilla del terremoto que destruyó su escuela:
“Recordé el horrible terremoto de 2010, el goudou godou como le decía la gente, y la construcción de la escuela donde terminé mi educación primaria. Me encontraba en la escuela de antes sentada en un banco. De pronto sentimos un ruido y mucho temblor debajo del piso. La sacudida venía desde el interior de la tierra. Todos estábamos temblando, aterrorizados e inquietos sin saber qué hacer. Todo a mi alrededor se convirtió en un gran grito de espanto. Un grito al unísono de miles de voces. Gritos de los niños, las maestras, los enfermos, las casas de vecinos. Un solo grito multiplicado en todas las gargantas y bocas, un desespero por no saber qué estaba pasando, un miedo terrible a la nada, a la sorpresa, a lo peor que pudiera suceder. Corrimos hacia el patio, inquietos, incapaces de permanecer en un solo sitio, esperando que nos dijeran qué hacer. Poco después nos pidieron que rezáramos pero, ¿cómo nos íbamos a acordar en ese momento del nombre de los santos ni del ‘Padre Nuestro’?”
Segundo desplazamiento. Del libro –de literatura, de arquitectura y de sociología de la “música tropical”– al jazz. Sonido del saxofón de David Sánchez. En los años noventa, uno de los “Young Lions” del jazz latino. Tenor boricua que, en Carib (2019), fusiona las tradiciones musicales haitianas y boricuas. Exploración que, en el Teatro Tapia del Viejo San Juan, Sánchez explicó, tres años antes de que saliera el CD en 2019, de esta manera:
“El proceso se inspira en la música de Haití y Puerto Rico. Siento el Caribe como un gran río, que fluye y cambia de formación en diversas tierras pero siempre manteniendo su cauce” (2016).
Río, no mar. Antes de entrar al tema etimológico de Carib (2019), “The Land of Hills,” la imantación literaria del saxofón latino de Sánchez me desvía, en Street Scenes (1996), hacia “Los cronopios,” tema callejero y fantasioso, en ocasiones onírico, en clave 2/3, que hace sonar la literatura fantástica de Julio Cortázar, Cronopios y famas (1962). Espiral; vuelta momentánea al libro (de Cortázar) desde el saxofón literario para, desde ese cruce libresco, abordar con fuerza poética el tema etimológico de Carib con título en inglés, “The Land of Hills.” Tema en el que el filólogo del jazz latino (Sánchez) hace referencia al significado taíno de Haití (Ayití): “tierra de montañas.”
Epifanía: “The Land of Hills.” Visión geográfica del sonido montañoso afrocaribeño en clave prehispánica. Pronto, la referencia jazzística a la topografía haitiana transmuta; cortocircuita. Del saxofón filológico y literario se produce otro desplazamiento libresco, esta vez a un texto vertiginoso que rompe el enfoque temporal, saltándose a la primera mitad del siglo XX, Los jacobinos negros (1938) del historiador de Trinidad C. L. R. James; un clásico de la Revolución Haitiana (1791-1804) en traducción española del inglés.
Desfase. En vez de la región montañosa que domina la geografía haitiana, el efecto poético del saxofón altera la lectura de Los jacobinos negros, enfocándose ahora en la provincia del norte, Le Cap, sobre cuyas planicies –¡caña de azúcar y esclavitud!– se labró el más brutal de los racismos de las Antillas y el Caribe que combatió Toussaint L’Ouverture (ortografía original del apellido en 1938). Lo plano como sinónimo de esclavitud abona en la dimensión libertaria/cimarrona de las montañas.
De esa tensión entre las montañas y la planicie emerge, como distorsión poética del saxofón afroboricua, la figura, ectoplásmica y neoexpresionista, de Toussaint L’Ouverture (1743-1803), personaje central de Los jacobinos negros. De 1793 a 1802, el más grande defensor de la Ilustración francesa –¡libertad, igualdad y fraternidad!– en Haití. Lo que no significa que fuera un defensor de la independencia política de la “tierra de montañas.” No lo fue, y ello porque, como ex esclavo, pensó que ninguna república que no fuera la de Francia iba a defender la libertad, la igualdad y la fraternidad de los negros en el contexto del Atlántico norte.
No obstante su renuencia a la independencia política, Louverture (su apellido deja de escribirse con L’O) es el “precursor” de la nación haitiana, ya que, según C. L. R. James, “sentó las bases del Estado Negro”. Nación cuya independencia política de Francia en 1804, debido a su muerte en 1803 en una fría y solitaria prisión de los Alpes franceses a la que lo envió Napoleón Bonaparte en 1802, Louverture, “el Espartaco negro,” no alcanzó a ver; proeza –ser la primera república negra de las Américas donde, además, primero se abolió la esclavitud africana– que materializa en 1804 uno de los soldados de Lourverture, Dessalines (“el Tigre”), el primero de enero.
Confiado, demasiado confiado, en 1801, Louverture redacta una Constitución, la cual le envía a Bonaparte en busca de endoso. Según C. L. R. James, la Constitución de Louverture plantea “virtualmente la independencia, con Francia como hermana mayor, guía y mentor”, en la que el poder local [de Haití] queda “bien salvaguardado”. A raíz de este osado documento político, la cólera de Bonaparte, interesado en reimponer la esclavitud en las Antillas, lo envía en 1802 a la prisión donde murió de frío y de hambre en 1803.
Tercer desplazamiento: proliferación. Resumen del recorrido haitianizante: a) de la ficción narrativa a la arquitectura y a la sociología de la “música tropical”; b) del libro al saxofón literario y filológico y desde éste, en espiral, a Los jacobinos negros, libro de historia y análisis marxista de la Revolución Haitiana (1791-1804). Último periplo: c) de Los jacobinos negros a la realidad de los refugiados haitianos en Fort Allen, Juana Díaz, Puerto Rico (1980-82), producto del trámite entre dos derechistas: Carlos Romero Barceló y Ronald Reagan.
Racismo imperialista reaganiano que desató en Puerto Rico dos reacciones encadenadas. Primero, la “incomodidad” boricua ante la llegada de los haitianos, según expresó la licenciada Esther Vicente en la entrevista que le hizo en 2006, a ella y al profesor Dr. Paul Latortue, Ángel Collado Scwartz desde La Voz del Centro (¿incomodidad o negrofobia?); y después, en contra de esa “incomodidad” primeriza, la solidaridad boricua con los haitianos, a la que se unió Ana Lydia Vega, que el gobierno federal maltrató en Fort Allen.
De lo malo (la “incomodidad”) a lo bueno (la solidaridad).
De los refugiados haitianos en Fort Allen al dos veces depuesto, primero en 1991 y después en 2004, presidente haitiano, cura de la Teología de la Liberación, Jean Bertrand Aristide, conocido afectuosamente como “Titide.” Trámite golpista entre dos neoliberales: Bill Clinton primero y George W. Bush después. Del primer golpe de estado, la colección de ensayos Haiti. Dangerous Crossroads (1995) plantea que, aunque no haya evidencia de que fuera un producto de Usamérica, sino una combustión interna, sí queda claro que Estados Unidos se encargó de administrar lo que vino después del estallido en 1991. Incluido el regreso en 1994 a la presidencia de un Aristide edulcorado por la política neoliberal de Clinton.
Sobre el segundo golpe de 2004, alimentado por la oposición desde que llegó al poder una segunda vez en 2001, pesa sobremanera el reclamo feroz que Aristide le hace a Francia en 2003: devolver a Haití la compensación monetaria que, de 1825 a 1947, Francia le hizo pagar a Saint-Domingue por liberarse del colonialismo francés en 1804 (conocida como la “deuda de emancipación”). Ante la propuesta antiimperialista de Aristide, Canadá, Francia y Estados Unidos (con complicidad de la República Dominicana) tramitan la expulsión de Aristide a la República Centroafricana en 2004. Cuando regresa a Haití siete años después (2011), ahora desde Suráfrica y con un doctorado en lenguas africanas, la reportera de Democracy Now, Amy Goodman, lo acompaña en el avión.
Tras el terremoto de 2010, Bill Clinton se disculpa públicamente, “I am sorry,” por haberle puesto la soga en el cuello a Haití, obligándolo a comprar arroz de Arkansas en detrimento del arroz local haitiano, destruido por la política neoliberal de Clinton. Medida por la cual los haitianos pasaron hambre —de ahí el mea culpa de Bill— cuando el terremoto rompió el país.
Del atropello de Clinton y su política de hacer de Haití un sweatshop, al meteórico ascenso del haitianorriqueño Jean Michel Basquiat en el Nueva York de los ochenta. Del grafiti al museo; de las calles del Soho a las galerías Sotheby. Intensidad y condensación.
Del arte urbano neoexpresionista de Basquiat a la novela histórica de la haitianoamericana Edwige Danticat, The Farming of Bones / Cosecha de huesos (1998); vuelta novelística a la carnicería de 1937 conocida como la Masacre del perejil, provocada por el antihaitianismo de “El Benefactor” dominicano Rafael Leonidas Trujillo. Por la manera en que los haitianos pronunciaban la “r” de perejil, las tropas de Trujillo los identificaban y los mataban. En Dog Leg Studio (1982), Basquiat escribe en la esquina superior derecha del cuadro: “U. S troops / end occupation (Haiti) / 1936 / Paris-Nazi.”
República Dominicana. En 2013, la sentencia 168/13 del Tribunal Constitucional dominicano, ¿imitando a los Estados Unidos de George W. Bush?, restringe la ciudadanía dominicana “a personas nacidas en territorio dominicano de padres dominicanos o residentes legales”, como plantea la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la cual resume la movida legal de esta manera:
“Esta interpretación se aplicó en forma retroactiva a todas las personas nacidas entre 1929 y 2010: privando arbitrariamente de su nacionalidad dominicana a cientos de miles de personas de ascendencia haitiana, y creó una situación de apatridia nunca antes vista en América” (2016).
Puerto Rico. Aunque la relación entre Haití y la República Dominicana se podría llegar a parecer a la que, en ocasiones, como en la década de 1990, Puerto Rico ha sostenido con la República Dominicana, cuyas tensiones, sociologías que se repiten, Yolanda Martínez-San Miguel estudia en Caribe Two Ways: cultura de la migración en el Caribe insular hispánico (2003), es claro que, dadas las diferencias históricas y geográficas, el antihaitianismo dominicano ha sido más violento que el antidominicanismo puertorriqueño. ¿Se pude hablar de antidominicanismo haitiano?
Haití. Según Edwin Paraison:
“A diferencia de la República Dominicana, el antidominicanismo de Estado en Haití no está estructurado. Surge ocasionalmente por reacción o de manera oportunista. Si bien es cierto que tanto en la pasada administración como en esta no se conoce a nadie que se pueda catalogar como un funcionario abiertamente antidominicano” (2013).
Vuelta a la sociología caribeña, esta vez desde La invención del Caribe (1997) del sociólogo haitiano Jean Casimir:
“Al comienzo, las luchas y las rebeliones esclavas no se proponían defender un territorio, sino establecer otra forma de relación entre las personas; a saber, la pura y simple conquista de la libertad sin ninguna referencia a un espacio geográfico específico.”
Como si estuviera refiriéndose específicamente a Louverture, dice Casimir:
“Algunas poblaciones se oponen al colonialismo y a la vez, y con razón, también rechazan la independencia. En opinión de estas poblaciones, la conquista de los derechos políticos no conlleva necesariamente un mayor respeto hacia las libertades civiles o una mayor seguridad económica.”
Trece años después, en The Haitians: A Decolonial History / Los haitianos: una historia decolonial (2020), Casimir, desde una historia que se plantea recuperar la voz de los haitianos, se cruza con la sociología de Quintero Rivera, la cual, según el sociólogo haitiano, es de las primeras en responder al concepto que, en La cultura oprimida (1981), Casimir había puesto sobre la mesa; a saber, que la especificidad de Haití había que buscarla, no en su “dependencia” de Francia sino en términos de su “cultura oprimida y su sistema de contraplantación.”
Sobre la sociología de Quintero Rivera, dice Casimir en el prefacio de su giro decolonial:
“His critiques brought me, in the present study, to show how the establishment of Haitian private life worked in opposition to government policies and much of the state structure of the nineteenth century. I am even drawn to the idea of analyzing this private life as the arms depot of class struggle throughout the Caribbean, and as the natural space for the development of these struggles // Sus críticas me llevaron, en el presente estudio, a mostrar cómo el establecimiento de la vida privada haitiana funciona en oposición a políticas gubernamentales y a gran parte de la estructura estatal del siglo XIX. Incluso me atrae la idea de analizar esta vida privada como el depósito de armas de la lucha de clases en todo el Caribe y como el espacio natural para el desarrollo de estas luchas.”
Desde el mismo prefacio, Casimir nos asegura que fue otro sociólogo puertorriqueño, Ramón Grosfoguel, quien le sugirió el encuadre de su sociología histórica en el contexto de la colonialidad.
De la sociología al periodismo. En el artículo de Huáscar Robles Carrasquillo, “Detrás de las ruinas: Haití y Puerto Rico” (2020), la haitianización de lo boricua se remite al año 2010:
“El retrato nacional de Haití engaña: hacha, pico, palo. Sangre en la calle, uniformados enmascarados. Un caos instantáneo y fácil de consumir. En enero del 2020, se cumplen 10 años del sismo y 216 años de ser la primera república negra. Su estampa, tristemente, continúa siendo una de destrucción. Puerto Rico ahora también se sacude por los sismos, y también carga el carimbo que la crisis económica y la situación post-María han dejado en nuestra historia.”
Al mirar Haití, el periodista no puede dejar de ver Puerto Rico:
“Durante la dictadura duvalierista en Haití observamos el terror del grupo paramilitar Tonton Macoutes, y orábamos en secreto por los haitianos y por nosotros. Santa madre, líbranos del mal. Luego del terremoto del 2010, vimos los campamentos de refugiados y rogábamos que nuestras casas nunca fueran de lona. Siete años después [tras el huracán María en 2017], Puerto Rico se refugiaría bajo sus propios toldos azules. Los sismos de enero nos ponen frente a frente con la historia haitiana: un país que queda olvidado excepto cuando el desastre le toca a la puerta.”
La manera en que Haití, endeudada hasta el tuétano neocolonial, ha pasado a ser presa de bancos y otros organismos internacionales, el periodista vislumbra en Puerto Rico, endeudado hasta el tuétano colonial:
“Son muchas las naciones y organizaciones humanitarias que ahora le dan la mano, son parte de un sistema que, prometiendo ayudar al haitiano, se ayuda así mismo. Qué mejor ejemplo que el de la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID, por sus siglas en inglés). De los $270 millones que ‘invirtió en Haití’, la mitad fue dirigida a contratos a compañías en Estados Unidos. Chemonics International fue una de estas compañías, y recibió $58 millones. Cuando pienso en la presunta malversación de fondos de FEMA [por sus siglas en inglés, Federal Emergency Management Assistance] en Puerto Rico, pienso en cuán cerca estamos de nuestros hermanos haitianos.”
En definitiva, subraya el periodista,
“Haití está en Puerto Rico. En las aulas de la UPR [Universidad de Puerto Rico], en las galerías de San Juan, en las misas de la Iglesia San Mateo y en los quioscos de Piñones. Allí conocí a Luisa, quien mercadeó artesanías de fiesta patronal en fiesta patronal. Conocí a León, filósofo y empresario. El Padre Olin Pierre Lois y el Dr. Paul Latortue, decano en la UPR.”
Como en el caso del sociólogo haitiano Gerard Pierre-Charles, interesado, más allá de las catástrofes, en “las contribuciones del Caribe a la alegría en el mundo,” el periodista insiste en la alegría desde la tristeza:
“Es imposible ignorar el caos de las protestas al presidente Jovenel Moïse [llevadas a cabo desde el 7 de febrero de 2019], la historia opresiva de sus dictadores y, recientemente, el abuso de la Misión de las Naciones Unidas. En Puerto Rico será imposible ignorar cómo la realidad colonial y las medidas de austeridad ponen al país en peligro cada vez que sopla al viento o tiembla la tierra. Podemos también mudar los ojos y ver a ambos países y al archipiélago caribeño desde su resistencia, desde la producción cultural que fluye pese a sus obstáculos. Sí. Hay que ver las ruinas. Y también a quienes bailan sobre ellas.”
Del periodista boricua, Huáscar Robles Carrasquillo, a un fragmento de un poema, “Hegel en el Caribe” (sf), del llamado “patriarca,” controvertido, demasiado controvertido, de las letras haitianas, René Depestre:
“Papa Hegel es savia soberana
en el olmo de la filosofía:
sus germanas palabras de filósofo
aún viajan triunfales
en torno a los seres, a las aves
y a las cosas bellas de la vida,
mientras su faro sigue ciego
al naufragio de los Negros del Mar Caribe.”
En el Aeropuerto Internacional Toussaint Louverture de Port-au-Prince, la primera novela de la hatianoamericana Edwige Danticat, Breath, Eyes, Memories / Aliento, ojos, memoria (1994), espera el vuelo hacia la Ciudad de Nueva York, donde a la protagonista, Sophie Caco, que viene del barrio capitalino de Croix-des-Rosets, la espera su madre, residente de la diáspora haitiana de Brooklyn (donde también nació la madre boricua de Jean Michel Basquiat)…
Más artículos del autor
* Francisco Cabanillas (1959, Puerto Rico) enseña lengua castellana, cultura y literatura hispanoamericana en Bowling Green State University, Ohio. Ha publicado cuatro libros de ensayo: Escrito sobre Severo (1995), Pedreira nunca hizo esto (2007), K-lores del trópico: ensayos transboricuas (2012) y Ensayos silenistas (2014). Miembro de LoQueSomos
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