José Hierro, un hombre como pocos
Por Arturo del Villar. LQSomos.
Homenaje y recuerdo en el centenario de su nacimiento
No quiso distinguirse del Real (Madrid, 3 de abril de 1922 – 21 de diciembre de 2002), cuando en algunos poemas se hizo a sí mismo su materia de reflexión. Su poesía da testimonio de su tiempo, y en esa época se concedió un papel de escasa importancia al incluirse en los textos literarios, diríamos a la manera cinematográfica como artista invitado, pero desprovisto de importancia. Así, el poema “Una tarde cualquiera” del poemario Quinta del 42, impreso en 1952 por Editora Nacional, introduce al autor como un otro, por decirlo a la manera de Rimbaud, en el ambiente general. Presenta una descripción vulgar de sí mismo y de sus acciones y aspiraciones, perdido en un sueño diurno considerado concluido, por lo tanto no realizado, motivo que le induce a considerarse vencido:
Yo, José Hierro, un hombre
como hay muchos, tendido
esta tarde en mi cama,
volví a soñar.
……………………………..
Yo, un hombre
como hay muchos, vencido
estar tarde (¿esta tarde
solamente?), he vivido
mis sueños (esta tarde
solamente), tendido
en mi cama, despierto,
con los ojos hundidos
aún en las ascuas últimas,
en las espumas últimas
del sueño concluido.
Los versos señalan al hombre, diferenciado del poeta, un distanciamiento que él podía provocar, en cuanto el poeta escribía sobre el hombre. El poeta contemplaba al hombre como uno más entre todos. Los lectores, por el contrario, no logramos establecer la separación, porque nos concretamos en el valor de las palabras con las que está retratado el hombre por el poeta. Por eso creemos que José Hierro era un hombre como pocos, ya que acertó a dejar constancia escrita en verso de la sociedad que le tocó vivir y padecer, como todos los que entonces hacíamos la historia cada día a nuestro pesar, porque no podíamos hacer otra cosa, sin escribirla.
Es el motivo de que su poesía fuera calificada de social, en cuanto relataba los problemas cotidianos de la sociedad, frente a una concepción diferente de lo que debía ser el trabajo del poeta. Los cultivadores de esa otra tendencia ignoraban la realidad suplantada por la imaginación. Se los calificó de garcilasistas porque colaboraban en una revista titulada Garcilaso, para demostrar que situaban sus intereses literarios en otro tiempo, a tono con las consignas imperiales puestas en juego por los vencedores de la guerra. Así se vehiculó la poesía española en la posguerra, sin que pudiera llegar a hablarse de una guerra literaria, como sí ocurrió en otros momentos de nuestra historia literaria, porque todo sucedía bajo una férrea censura política, que no toleraba el menor asomo de crítica al régimen.
Como todos los españoles de aquel período, José Hierro padeció la extraña situación de un país carente de todas las libertades, incluida y muy destacadamente la de imprenta. Nos decían que disponíamos de libertad para escribir cuanto quisiéramos, pero nos la negaban para publicarlo.
Poeta del momento
El poeta José Hierro solamente se interesaba en 1952 por los sucesos de su tiempo. Más tarde intentó alguna vez la poesía de historia, aunque escasamente. Su poesía se basaba en los acontecimientos de cada día, elevados en los poemas a sucesos memorables. Al recopilar en un volumen sus dos primeros libros editados le puso como título Poesía del momento, publicado por Afrodisio Aguado en 1957, y en un prólogo explicó sus intenciones:
Mis versos no podrán dejar de ser un testimonio, un diario, una suma de instantes vividos con intensidad. […] En mi diccionario lírico, poesía del momento se contrapone a poesía del recuerdo. Ésta es clásica, con más arte que vida. Aquélla, romántica, con más vida que arte. O, si se prefiere, la del momento emplea el arte como medio; la del recuerdo como fin. En la del momento, el arte es la frigorífica. Su objeto es conservar el producto que guarda dispuesto para ser comido cuando se desea. Poesía del recuerdo es el poema. Poesía del momento es el hambre.
La comparación puede parecer en la actualidad desproporcionada, pero en 1952 aún se padecía en España el hambre atroz causante de tantas muertes y tantas enfermedades, por lo que las menciones eran oportunas. Para Hierro la poesía merecedora de su atención era la del momento, inspirada en la vida, aunque por ser una de las bellas artes se debiera manifestar conforme a las reglas de la preceptiva literaria, puesto que era la predilecta en su escritura. Aquel hombre en apariencia como todos los demás era poeta, y en consecuencia transformaba los acontecimientos vulgares en poesía.
Cada época requiere una estética diferenciadora, lo que hace posible la sucesión en la historia del arte. En la trágica posguerra española confluyeron las dos opciones señaladas, y los poetas comprometidos con su tiempo eligieron relatar cuanto estaba sucediendo, para dar testimonio de lo que fue aquella etapa sombría. En el caso de Hierro no dudó sobre cuál había de ser su expresión lírica, cercana a la épica, según lo confesó en el prólogo a sus Poesías completas editadas por Giner en 1962:
El poeta testimonial es como un tónico, necesario para nuestra salud […] Los poetas de la posguerra teníamos que ser, fatalmente, testimoniales.
Referencia exclusiva a los cultivadores de la poesía comprometida, no se incluya a los garcilasistas, aunque es cierto que ellos también daban testimonio a su manera de aquel extraño período de nuestra triste historia, al refugiarse en un pasado imperial que ellos pretendían resucitar anacrónicamente. Los poetas del momento habían de ser “fatalmente testimoniales”, para dejar constancia de aquella sociedad insólita. Precisamente por ello se potenció la poesía social, dentro de las limitaciones impuestas por la censura siempre vigilante, y Hierro fue uno de sus principales cultivadores.
Vida y poesía
Los primeros versos considerados como propios por Hierro, libres de influencias ajenas, fueron escritos en 1944, con experiencias adquiridas durante su estancia en la cárcel y en la difícil búsqueda de trabajo al quedar en libertad, pero marcado por la señal de la reclusión como desafecto al régimen. Con ellos empezó a consolidar su primer libro, Tierra sin nosotros, editado por Proel en 1947. El soneto “Trébol” resume lo que había sido su existencia desde que primero fue detenido su padre y a continuación él a los 15 años, en un momento desconcertante por su falta de seguridad, que le tocó padecer, y ha dejado testimonio de ello:
Hiero la noche y ya no sé si vivo.
Pongo mi pie de sombra en el estribo.
Golpea el viento al mar, como un ariete.
Y voy con un fantasma en mi costado:
mi trébol de ilusión, encadenado
desde mil novecientos treinta y siete.
Las experiencias de aquel tiempo sombrío le marcaron indeleblemente la poesía y la actitud ante los acontecimientos. Comprendió que su poesía debía estar puesta al servicio de la sociedad del momento, para reproducirla como un testimonio para la historia. Compuso, en consecuencia, poesía social, como muchos otros compañeros de generación señalados como él por las vicisitudes del momento. Frente al esteticismo decorado por los poetas garcilasistas, los sociales equipararon vida y poesía, y precisamente por ello continúan manteniendo su vigencia, aunque las circunstancias históricas hayan evolucionado lógicamente a tono con el tiempo.
La pugna entre los dos estilos la escenificó en el segundo poema de Quinta del 42, titulado “Para un esteta”, en el que todos reconocemos retratado a Juan Ramón Jiménez, aunque el autor lo negó reiteradamente, pero sin explicar a quién aludía con su diatriba condenatoria:
Te crees dueño, no hermano menor de cuanto nombras.
Y olvidas las raíces (“Mi obra”, dices), olvidas
que vida y muerte son tu obra.
La obra del poeta, señala, es su vida, culminada por su muerte. Esto significa que, en opinión de Hierro, el poeta es un hombre como los demás, que tiene encomendado el trabajo de dar testimonio de su tiempo, así como otros construyen casas o puentes, o investigan en laboratorios. Acepta la obligación de realizar bien su trabajo, lo mismo que los demás trabajadores, y para ello necesita aprovechar eficazmente el instrumento de que sirve, las palabras cotidianas, elaboradas conforme a unas normas para alcanzar una obra de arte. En ello no existe ninguna consideración esteticista, sino del poema como producto bien elaborado.
El hombre José Hierro hizo de la vida y de la muerte su obra principal, mientras ocupaba su tiempo vital en la tarea de llevar a cabo una obra literaria consistente. Por ser poeta del momento lo reprodujo en versos constitutivos de capítulos de la historia general, que poseemos como memoria de un tiempo extraño.
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