La Josefología, una ciencia al rescate
Nònimo Lustre*. LQS. Marzo 2021
En el glorioso día de san José, estoy apesadumbrado por la penosa coyuntura que atraviesa la Iglesia española. Por si no hubiera sido suficiente promulgar leyes para pulverizar la familia (matrimonio igualitario, aborto, divorcio, etc.), con la reciente ley de eutanasia, acaba de sufrir otro impío ataque. No sabría decir cuál de este sacrílego ramillete de leyes es la norma más pecadora pero es evidente que todas ellas menoscaban la acreditada alergia eclesial contra las leyes lentejas (“si quieres las comes y si no, las dejas”), concepto antagónico a la regla autoritaria de que ‘lo que no está prohibido, es obligatorio’ –divisa y pendón que encabezaba la política franquista donde las zonas grises, de nadie o intermediarias, caían siempre en el lado prohibido.
A todo ello, se añade la irresistible ascensión del Feminismo, causa única y palmaria de “la ola de pornografía que nos invade” -la pornografía con modelos masculinos es incomparablemente menor que el porno con niñas en posturas humillantes. No importa que la eutanasia alcance por igual a hembras y varones –y menos aún que sea voluntaria- porque la experiencia de estos últimos años de implacable dictadura ginecológica nos enseña que serán Ellas quienes saquen mejor partido del asesinato legalizado –llevan la sangre en la sangre, como la llevaba Judith la decapitadora, Charlotte Corday la navajera o Bathory la condesa sangrienta.
Creo que hay una vía para vencer a ese oportunismo feminista que comienza con el exceso del culto mariológico: demostrar que nos han enseñado mal la Biblia en criminal detrimento de la inmarcesible figura de san José propalando el absurdo feminista de priorizar en exclusiva la imagen de la Virgen María quien, vulgarmente hablando, era una simple coneja reproductora porque, con o sin la Paloma Espirituosa, parió ¡seis hijos! –además de Jesús, José el hermano, Santiago el Justo, otro José el Barsabbas, Simón y Judas.
El san José bíblico
Primera exégesis del feminismo oculto en la Biblia: cuando dictamina que ‘el Sumo Sacerdote Simeón reunió a los jóvenes de la casa de David en Jerusalén para buscarle un esposo a la Santísima Virgen. Cada uno llevaba una vara como bastón y la vara que llevaba san José floreció en lirios blancos puros y una paloma blanca revoloteó sobre su cabeza.’ Palabra de Dios. Pues no. No debemos tomar la Biblia –ni sus florituras añadidas- al pie de la letra olvidándonos del entorno. El más ignaro estudioso de aquel mundo hebreo sabe que esa ceremonia no era seleccionadora sino protocolaria. Lo afirmo por una sencilla razón: puesto que regía la ley del levirato, san José era el único marido que podía beneficiarse a María. Por ende, en la mentada asamblea de la Casa de David, no hubo ningún debate y sobran las cursiladas de la vara florida y de la paloma blanca.
Según dicta el levirato, una viuda sin hijos se debe casar con uno de los hermanos de su fallecido esposo. Obligatoriamente. Para continuar la línea sucesoria, el nombre del primer varón de esta nueva unión ha de ser el mismo que el correspondiente al difunto. De ahí que Jesús sea llamado ‘de Nazaret’, no porque viviera allí mucho o poco tiempo sino porque el primer marido de María –el difunto hermano de san José- probablemente se llamaba también ‘Jesús’ y, seguramente, se apellidaba de Nazaret.
Por causa del susodicho levirato, san José es el ‘hermano menor’ que, luego, adopta como hijo a Jesús. En la leyenda judeo-cristiana, el Espíritu Santo es necesariamente el ‘hermano mayor’. Por ello, san José es el lugarteniente del Espíritu Santo –el viceparáclito, en jerga vaticana.
Repetimos precisando: si María era viuda, ¿quién fue su primer marido? Además de ser hermano de José y de que, a su muerte, José se casara –obligatoriamente- con su cuñada, ¿qué más sabemos de él? A falta de precisiones ulteriores de la erudición cristológica, repito que se llamaba ‘Jesús’. Poca sustancia tiene esta afirmación pero ponerle nombre al abuelo del Cristo no es hallazgo baladí.
San José, de viejo a joven
Hasta cierto punto, es incomprensible que san José se haya visto ninguneado durante siglos por la Virgen -llámesela María, Maryam o Miriam. Máxime en unas religiones hombrunas como las del Libro. Y todavía más aún cuando los Paleo-Padres de la Iglesia supieron ver el peligro del culto mariológico. Por ejemplo, san Agustín, un importante doctor númida ponía el parche antes que la herida: “No debe preocupar que las generaciones se cuenten por la línea de José y no por la de María: igual que ella fue madre sin concupiscencia carnal, así también él fue padre sin unión carnal. No lo apartemos porque careció de concupiscencia carnal. Que su mayor pureza reafirme su paternidad”. Léase, que el obispo de Hipona (hoy, Annaba, Argelia), aborrecía del matriarcado implícito en la matrilinealidad y abogaba por sustituirla inmediatamente por la patrilinealidad o patriarcado-de-toda-la-vida.
Seguramente, una de las piezas fundamentales de esa odiosa campaña de ninguneo haya sido la inclusión en el corpus josefino del término putativo que tanta risa como desconcierto nos provocaba a los niños. [Putativo: que es considerado como propio o legítimo sin serlo. Un delito putativo o delito imaginario tiene lugar cuando alguien efectúa una acción en el convencimiento de que es una conducta prohibida por la ley, no siéndolo. Una curiosidad: dícese que Pepe viene de que José es Padre Putativo (PP) de Jesús]
Por culpa de esa dichosa palabreja, a san José se le niegan todos los honores de la paternidad y queda relegado al papel de un débil consentidor –por no decir cornudo. Más aún, en la primera icnografía paleocristiana, se le retrata como un anciano. Se subraya de tan innoble manera que es un bragazas incapaz de procrear.
En Occidente, tuvimos que esperar hasta los siglos XVI y XVII para que remitiera esa manipulación anti-josefina de raíz escandalosamente anti-varonil. Pese a toda la infamia acumulada, “La imagen teológica de San José había adquirido unos puntos firmes doctrinales ya en el siglo XVI: la propagación de la devoción a San José en el siglo XVII fue fomentada principalmente por las dos ramas de los carmelitas, a quienes se unieron otras congregaciones religiosas —jesuitas, franciscanos, capuchinos, teatinos, cistercienses— por toda Europa y América.” (vid “Historia de la devoción y la Teología de San José”. 1982. Laurentino Mª Herrán, en Scripta Theologica, 14: 1)
San José, virgen
Una vez puestos los puntos sobre las íes y las jotas de la Sagrada Familia, los progresos se han precipitado vertiginosamente. En primer lugar, había que reconquistar el papel teológico de san José y ya se ha conseguido: “la Teología ya ha encontrado una base para explicar el munus [regalo que obliga al intercambio, un don, un potlatch, casi un regalo envenenado] de san José: su paternidad. Esta paternidad es mucho más que ‘legal’ y ‘putativa’, porque desborda estos elementos ‘extrínsecos’.” (Herrán, op.cit.)
Una vez superado ese trámite, sólo nos resta explicar de qué tipo es la paternidad de san José. Olvidando la carne concupiscente per se, si fue esposo de una Virgen, ¿por qué no extenderle el milagro de la virginidad? Nada más lógico:
“José participa en el misterio de la Encarnación. Esta paternidad virginal, es auténtica porque procede del Padre, fue asumida y ejercida dentro del matrimonio con María. Muchos, a lo largo de la historia, han sido los términos empleados para definir dicha paternidad, pareciendo ser virginal el que mejor expresa la singularidad y excepcionalidad de la paternidad de José” (La paternidad virginal de San José. 2017. Enrique López Imbernon, Katolicki Uniwersytet Lubelski Jana Pawła II)
¿Por qué se ha tardado siglos en admitir una verdad tan fehaciente? ¿quizás porque María es representada como una joven apetecible y, a las mentes sucias, les repugnaba que José no se sirviera del casorio? Quizá, pero, sin duda, por el rampante y agresivo feminismo. Y por el prejuicio de que un padre no puede ser virgen –hoy, un sofisma disminuido por los cyborgs, los matrimonios igualitarios y la reproducción asistida. Pero lo mejor es constatar que la exaltación de la virginidad de san José –cumbre del igualitarismo religioso-, se ha constituido en una premisa muy firme para comenzar a elaborar una Josefología o Teología de san José que no se limite a la utilización paralela del infinito corpus mariológico sino que, desde la virilidad absoluta, contraataque las martingalas feministas.
Como dije en los primeros párrafos, la Iglesia atraviesa una fea coyuntura. Sirvan estas humildes notas para que el culto a san José Virgen encabece su recuperación. Para que adoremos al José Triunfante. Puede ser cierto que ha caído la Teología de la Liberación. Pero nos queda la Josefología.
19 marzo 2021, festividad de San José Virgen (obrero, proletario, productor, confesor, el silencioso, etc.)
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¿Cómo esto puede ser considerado una “ciencia”? ¿Dónde esta el método científico en todo esto? Más cuando hablamos de temas de fe y lo peor de especulación.