Me cago en el Far West
Nònimo Lustre*. LQS. Marzo 2021
Hace pocos días, vi la película “Noticias del Gran Mundo” (NGM; News of the World, Paul Greengrass, 2020) Reza su sinopsis según FilmAffinity: “Cinco años después del fin de la Guerra Civil estadounidense, el veterano capitán Jefferson Kyle Kidd (Tom Hanks) viaja de ciudad en ciudad narrando noticias, hablando de historias que tienen lugar en cualquier rincón del mundo. Un día, en Texas el capitán se encuentra a Johanna, una niña de diez años secuestrada seis años atrás por la tribu india Kiowa, y que durante ese tiempo fue educada como uno de ellos. Johanna, en contra de su voluntad, debe ir a vivir a casa de sus tíos carnales. El capitán Kidd acepta entregar a la niña a sus tutores legales.”
NGM es un ejemplo de cómo se adapta la industria cinematográfica gringa a estos tiempos nuevos en los que la ‘corrección política’ –y el marketing- aconsejan no ser tan racistas, mentirosos y burdos propagandistas del Destino Manifiesto como en el largo siglo que ha durado la época pasada. En consecuencia, los indios no deben ser luciferinos ni beatíficos los colonos invasores. Los blancos tampoco deben entrematarse y menos por esas mujeres que, como rescoldo del anterior cine western, todavía siguen siendo prostitutas aunque, quizá, algo menos declaradas.
Dicho lo cual, admito que NGM incluye secuencias poco frecuentes en las películas ‘de vaqueros’. Por ejemplo: vemos el destazamiento de un montón de bisontes e incluso a algunos pocos Kiowas, mudos y zombies pero generosos. Pero… la inercia de la industria obliga y la peli cae en el inevitable saloon y, lo que es peor porque esa secuencia es demasiado larga: en la pelea a tiros en descampado. Como es obligatorio en el género western, los villanos mueren fulminantemente de un solo tiro, no hay heridos ni moribundos ni convulsiones ni alaridos: los muertos se mueren cual guillotinados -¿cuándo aprenderemos que un winchester quieto no mata a 200 mts y un revólver, ni a 50?
En NGM también aparece algún tren. A este respecto, algo debemos comentar: dice la propaganda del Far West que los ferrocarriles decidieron la suerte de enormes territorios. Cierto… pero se olvidan de otro hecho fundamental: el causado por el vallado y cerramiento de las haciendas. Porque debemos recordar que, hacia1890, el Salvaje Oeste estaba cercado y alambrado en su mayoría, una revolución similar a la que causaron en la Inglaterra de los siglos XIII-XVII, las enclosures o final de los terrenos comunales –o victoria definitiva de la clase terrateniente. Ergo, desde 1890, el Far West era propiedad de los Señores de la Tierra y los vaqueros dejaron de ser jornaleros ‘autónomos’ para convertirse en obreros agrarios. Si antes de los vallados, los vaqueros eran siervos de los ganaderos quienes les prohibían beber y jugar –adiós saloon-, desde finales del siglo XIX, pasaron a estar aún más aherrojados.
Para colmo de respeto a los insufribles dogmas de la industria de Jólibu, el protagonista se encama con la gobernanta –o madama- de un saloon –o burdel-. Por exigencias del moderno guión, esa señora es viejuna, heterodoxia que agradecemos porque así no tenemos que soportar a la tan insulsa como exuberante moza de los miles de westerns habituales. De este modo, NGM se acerca a la verdad histórica pues las mujeres –escasas en el Far West-, se casaban con los terratenientes y/o con los empresarios, nunca con los vaqueros, desheredados merced al sistema de la esclavitud por deudas que jamás ahorraban lo suficiente para comprarse un rancho pequeño e inhóspito –generalmente, en la frontera con los ‘belicosos’ indígenas.
Resumiendo: NGM es un western ‘crepuscular’ que se bandea entre los escenarios clásicos –calles embarradas, borrachines agresivos-, eternas cabalgadas estilo road movies… y una temática con pinceladas inéditas. A este paso, Jólibu producirá un western-como-Manitú-manda, en el siglo XXII –o XXIII. Dicho de otro modo, quizá en esos siglos venideros exhumará viejísimas obras como, por ejemplo, la única película sensata que vi hace décadas: Will Penny (Tom Gries, 1968) donde Charlton Heston interpreta a un vaquero analfabeto, tabaquista ¿de Bull Durham? y quizá marihuanero, sumiso ante el patrón y tan pobre que ni siquiera puede comprarse un revólver de tercera mano. Tal era el cowboy real, no el que tantos dollares proporcionó a Jólibu –a este film podríamos añadir Soldier Blue (Ralph Nelson, 1970)
Vaqueros no gringos
Todavía no he visto en la gran pantalla ningún film que se ocupe del comienzo de las cabalgadas. Es plausible suponer que los ‘conquistadores’ del FarWest salían de las ciudades a las que habían arribado desde los barcos. Lo que no es plausible sino mera propaganda gringa es creer que los vaqueros eran anglosajones. Como todas las emigraciones, el viaje hacia el Oeste era peligroso. Así pues, habiendo extranjeros desheredados a mansalva, ¿por qué habían de arriesgarse los dueños del país?
Las ciudades eran un núcleo irradiador de inmigrantes. “La hegemonía se mueve en la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales”, Errejón dixit. Dicho sin innecesario alambicamiento, las urbes gringas de entonces funcionaban como siempre lo han hecho las ciudades: como fábrica de excluidos, disidentes y sobrantes. Entre ellos, camino del Far West había gringos de nación pero la mayoría eran inmigrantes acompañados por dos grupos de marginales –negros y mexicanos- no necesariamente de origen urbano, que observaremos brevemente.
Negros. Algo se ha estudiado y hasta filmado la contribución de los afroamericanos a la invasión de los territorios indígenas del Oeste –y ahora, mucho más. Por ello, sin necesidad de aludir al Django unchained (2012) de un director cuyo nombre no quiero recordar, conocemos los nombres propios de personajes reales como el gigantón John Ware (c. 1845-1905), cuya figura fue reproducida en un sello postal canadiense; honor que también recayó en Jim Beckwourth pero en una estampilla gringa; o Glass, caso especial de distinguido adelantado o explorador (scout) casado con una indígena; y, para no hacer el cuento largo, Mary Fields, alias Stageoach Mary y Black Mary (c.1832-1914), primera cartera rural negra del US Postal Service y primera mujer en poder entrar en un salón.
Pero es en el ejército regular gringo donde mejor se aprecia el decisivo papel que desempeñaron los afros durante su dudosa contribución a la Conquista del Oeste. Veamos: el Séptimo de Caballería es el paradigma de las fuerzas armadas invasoras. Para que los milicos negros no cayeran en el olvido, el 10.VI.2019 escribí en un blog: “¿qué sabemos de los regimientos 9º y 10º de Caballería?: nada. Y, sin embargo, estas dos unidades fueron más importantes que el 7º en el genocidio contra los ‘indios’. Entonces, ¿porque no nos suenan esos números?: porque eran regimientos de negros. En efecto, esos negros militarizados mantuvieron 1.282 refriegas contra los indígenas del Oeste, desde Montana en el noroeste hasta Arizona en el suroeste de los USA. Es más, esas mismas estadísticas oficiales -beware!-, sostienen que, a finales del siglo XIX, un 20% de la Caballería del US Army eran negros. Se les llamó los Buffalo Soldiers… Según fuentes venerables -rigurosamente falsas-, se les llamaba así porque vestían abrigos de piel de búfalo pero, según otras fuentes no tan melosas, fue porque se dedicaron a exterminar a los búfalos llegando a crear unas montañas de pieles que sobrepasaban los recintos de los fuertes -i.e., Fort Sill. Y es cierto que lucharon contra los filipinos y también contra los españoles -véase, en la batalla de San Juan Hill, precisamente comandados por Theodore Roosevelt, futuro Presidente y futuro turista con ínfulas exploradoras en el Amazonas. Incluso, en 1915, invadieron México en persecución de Pancho Villa.”
Mexicanos. Sobre ‘afroamericanos’ en el Far West hay bastante bibliografía pero no ocurre lo mismo con la aportación de los mexicanos a la ‘conquista del Oeste’ -un grave error historiográfico de raigambre chauvinista/racista puesto que el concurso mexica fue mayoritario. Por supuesto, la misma definición de ‘mexicanos’ está pendiente de un análisis que se revela peliagudo pues no es sencillo diferenciar entre mexicanos de lo (poco) que quedaba de México y otros colectivos conexos como pudieran ser los indígenas más o menos rebotados de sus comunidades, los gringos marginales, los otros latinoamericanos e incluso los chinos. Pero, indirectamente, en el léxico del Far West tenemos un atisbo de la importancia de los peones mexicanos. Todos sabemos que esas voces hispanas –mezcladas con palabras hispanoindígenas- siguen utilizándose en el lenguaje popular. Ejemplo cinematográfico: la empresa ganadera del famoso film Gigante (George Stevens, 1956) se llama Reata. Para mayor abundamiento en este tema, baste ojear un reciente diccionario. Pese a no incluir voces básicas como marihuana, puta o cuatrero-abigeo, veamos la obra Smead, Robert N. 2004. Vocabulario vaquero = cowboy talk: a dictionary of Spanish terms from the American west. University of Oklahoma Press, ISBN 0-8061-3594-8; disponible en internet.
Las/os cautivas
No todos los secuestros de caucásicas y similares fueron catastróficos. Ejemplo: cuenta E. Mansilla en una novela argentina de finales del siglo XIX, que el capataz Melchor Peralta sufrió el rapto de su amada esposa Micaela a manos de unos ‘indios’ alzados. El doliente esposo pidió prestado y empeñó todas sus propiedades hasta reunir el rescate requerido. Al final del camino, encontró a su mujer pero… Micaela se negó a regresar: “Guarda el dinero, Melchor, lo quiero más al indio que a vos”. De hecho, en todas las Américas, del Sur y del Norte, hay registros históricos de invasoras que fueron rescatadas de sus cautiverios y que –por la fuerza o sin ella- regresaron a la Civilización para huir finalmente del Progreso y volver con su familia ‘primitiva’; uno de los primeros casos es el de Mary Jemison pero la lista es amplísima.
Para hacernos una idea del colosal campo que nutre a esta literatura de cautivos, mencionaré los ejemplos sólo en Gringolandia de cautivas/os: la familia Johnson, ca. 1754; Mary Jemison, ca. 1758; Cynthia Ann Parker, 1836; Larcena Pennington Page y Mercedes Sais Quiroz, 1860; siendo el caso más famoso el de Olive Ann Oatman (1837-1903)
Volviendo a NGM: ‘Joahnna’ fue raptada cuando contaba cuatro o cinco años de edad. El dato de su edad es importante como demuestra la copiosa literatura ‘de cautivos’ que ha florecido en las Américas del Norte y del Sur -y aunque, dommage, trate sólo de caucásicas raptadas por indígenas, casi nunca de indígenas arrebatadas por otros indígenas. Como dije en otra ocasión, “Para ser indio, según Carlos Castaneda, solo es necesario que algún Maestro indígena borre de nuestros archivos la arquitectura conceptual propia del alienígena y la sustituya por su homónima aborigen. Tal empeño es, sin más, imposible y lo demuestra el caso contrario, a saber, cuando algún individuo de los pueblos originarios intenta asimilarse a lo occidental -generalmente con resultados catastróficos, parciales y no homologables-. Solo conocemos una situación en la que tal transferencia es casi completa: cuando el individuo se encuentra en la niñez o en la pre-pubertad. En este caso, ya conoce las reglas técnicas de su pueblo, incluyendo su lengua, pero aún no tiene asignado su sitio en él; por ello, la experiencia (Valero, Jemison, las cautivas del Arauco, Bemotire, etc.) nos enseña que su integración en el otro pueblo es casi posible. Cuando traspasamos este umbral, cuando el individuo ya está “colocado” en la cultura invasora, así sea embrionariamente, la experiencia nos dicta que el fracaso transcultural está garantizad” (cf. Pérez, Antonio. 1996. “¡Ay, Castañeda!: El esoterismo como enfermedad senil del chamanismo”; en Identidad y fronteras culturales. Actas del II Congreso de Historia de la Antropología española (Olivenza-Badajoz, 1994), pp. 183-194; PSICOEX, Badajoz; 718 pp.
Jólibu. (En los círculos científicos, conocido como hollywood o toyón, un arbusto de las rosáceas, el Heteromeles arbutifolia, también llamado acebo de california) Para quien suscribe, Jólibu no es donde surgen los sueños sino donde fabrican las pesadillas más mentirosas, anacrónicas, racistas, belicistas y chauvinistas que infectaron mis primeros años. Y ningún moderno NGM disminuirá siquiera el daño moral y político causado por este pútrido segmento del showbizz.
Por ejemplo, hablando de la mentira factual en los westerns, raras veces la industria cinematográfica gringa ha reflejado con realismo la dureza del trabajo de los cowboys. Un caso: en los millones de westerns que me he tragado, he visto frecuentemente estampidas de la manada vacuna pero jamás me han enseñado que una vaca extraviada en la noche puede alejarse 15 kms. del rebaño y perder 20 kgs. de peso; lo cual significa que, si la bagualada ha recorrido 30 kms., el cowboy debe galopar unos 300 kms. para recuperar a la cornúpeta. Y el problema no termina ahí porque el ganado bebe 50 lts. de agua al día y el vaquero tiene que conseguírsela…
Menos aún se reproduce en pantalla la vida cotidiana del vaquero. Es fácil verle liando un cigarrillo pero es muy probable que esté liando marihuana, más barata que el tabaco de Virginia y presente en todas las campiñas del West gringo –y del East y etc. Aunque distinguimos entre los cáñamos con alcaloides fuertes y sus primos con alcaloides débiles, es cierto que los lazos (lassos) eran de cáñamo y hasta las lonas de las caravanas podían fumarse en caso de extrema necesidad. Además, las vacas son aburridas y lentas, ¿cómo combatiría el cowboy sus largas horas de vigilancia mano sobre mano? Pues arreglando sus zahones (“Te voy a hacer tus calzones / Como los usa el ranchero / Te los comienzo de lana / Te los acabo de cuero”, cantaba una rancherita en una versión machista de una cancioneta popular), haciendo ganchillo, tocando armónicas portátiles antes que banjos, quizá beneficiándose a una becerra… y liándose un canuto fuerte o débil.
En cuanto al tema de las secuestradas por indígenas, aunque la trama argumental de los westerns ‘de cautivos’ comience generalmente con el asesinato de unos pobres colonos y continúe con el devenir de alguna de sus vástagas, películas como NGM insisten en inyectarnos el odioso happy end, ahora el de una Johanna feliz porque está integrada en el mundillo de los cowboys analfabetos. Y hubo casos así pero fueron escasos puesto que, en su mayoría aplastante, lo que hubo fue genocidio de indígenas quemados vivos y desorejados y/o escalpelados –el escalpelamiento fue una costumbre desconocida entre los indígenas pero frecuente entre los blanquitos cazadores de recompensas; que se haya invertido la verdadera historia, es una prueba más del impune racismo de Jólibu.
Podría añadir una infinita lista de agravios pero terminaré con uno solo: profeso especial aversión ante la manifiesta cinofobia o caninofobia de Jólibu. ¿Por qué no hay perros en los westerns? No hay duda de que los perros ‘europeos’ eran indispensables en el Far West y también los perros aborígenes lo eran para los ‘pieles rojas’ quienes domesticaron a unos cánidos que –según hallazgos arqueológicos recientes- llegaron a sus territorios hace unos 10.000 años. Pues ni por esas; les aseguro que he estudiado el tema pero, no he encontrado películas cinofílicas -más allá de RinTinTin. Y lamento dar ideas gratis a los gerifaltes de los ‘Estudios’ pero, miren desaprensivos ejecutivos, la clientela perrunófila es inmensa y de cierto poder adquisitivo, no la desperdicien, fabriquen de entrada muchas series y lograrán crear un nuevo género: el rintintinesco.
PD.- Esta nota iba a titularse “Me cago en John Ford” por considerarlo como el mayor fabricante de westerns pero, al final, le he perdonado porque, si bien es cierto que –desde 1965- los Far West de su segunda época son mefíticos, también es cierto que comenzó con buen pie –ejemplo, la antiquísima Cheyenne’s pal (1917, El amigo Cayena) Su planteamiento de amistad entre pieles rojas y blancos, interétnico diríamos hoy, era y es absurdo, cooptación pura, buenismo inverosímil y oenegeísmo avant la lettre, pero era una vía posible como se ha demostrado hasta la fecha comercialmente hablando. Asimismo, le he salvado de la quema honrando tres películas suyas no demasiado desagradables: The Searchers (1956; otros nombres, Centauros del desierto; Más corazón que odio), Sergeant Rutledge, 1960, homenaje a un militar afroamericano; otros nombres, El sargento negro, El Capitán Búfalo) y Cheyenne Autumn (1964; otros nombres, El ocaso de los cheyennes; El gran combate)
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