Memorias de la melancolía
Si hay libros que todavía conservan íntegra la capacidad de emocionar y de alimentar nuestra memoria, de evocar los días del fuego, de la pasión revolucionaria y el viejo color de los días del pasado, Memorias de la melancolía, de Mª Teresa León (1903-1988) (Edit. Castalia), es uno de ellos.
Como su mismo título indica, se trata de las memorias de aquella bella mujer, esposa de R. Alberti, que, autora de diversos libros, acompañó al poeta en un largo trecho de su vida. Aquella generación que hizo posible la República.
Vivió, desde la militancia más apasionada, las jornadas de Jaca, con la proclamación de la República aquel 12 de diciembre de 1930, la posterior ejecución de Fermín Galán y Ángel García Hernández, la militancia en el Partido Comunista de España, la guerra, Neruda y su Caballo verde para la poesía, la revista El mono azul, el vano intento de retener a las tropas en del frente de Extremadura, el Teatro de Guerrillas, las horas del palacio de la calle del Marqués del Duero, en Madrid, donde se velaron los restos mortales de Gerda Taro, aquella apasionada fotógrafa que vino a España y acompañó a R. Capa por campos y ciudades, por frentes de guerra, por humildísimos barrios obreros destrozados por las “pavas” de la aviación fascista, que fotografió a dolientes madres y esposas postradas de rodillas ante los restos del niño o del compañero muerto por la metralla, a sencillos campesinos saludando con el puño en alto y una sonrisa iluminando un rostro erosionado por el sol; hasta que murió arrollada por un tanque en el frente de Brunete.
¡Ay hermosa y entrañable María Teresa!, la que un día primaveral de 1977 (de nuevo se repetía otro abril de alegría) descendiste de aquel avión en el aeropuerto de Barajas, ya arrebatada por las nieblas de la desmemoria, que viviste la angustia de las horas de la Posición Yuste, la traición de Casado. ¿A qué olía aquel convento de la calle Francos Rodríguez habitado por los timoratos milicianos del 5º Regimiento que acudían allí para defender Madrid, aquel verano sangriento de 1936, olía a camaradería, a sudor, a pana, o por el contrario aún conservaba el tufillo a cera y el murmullo de la oración y el secular rumor de las pisadas de los frailes? ¿De qué color eran los ojos de Miguel, María Teresa, en aquellas horas de la Casa de las Flores?
Pasamos páginas y páginas de este libro y, como hojas de otoño que se precipitan desde las copas de los árboles de los bulevares que conservan la memoria de los días, de él se desprenden nombres de ciudades, nombres de lugares y de personas: la Institución Libre de Enseñanza, (donde estudió), Rodolfo Halfter, Ehremburg, Raúl González Tuñón, el Comandante Carlos, Margarita Xirgu y Rivas Cherif representando el Fermín Galán de Rafael en el teatro de la Zarzuela; Buñuel, Bergamín, Hidalgo de Cisneros, Sánchez Cantón, Pasionaria, Picasso, las vigorosas voces de los intelectuales en el Congreso de Escritores Antifascistas en Valencia, que acudían, al igual que las Brigadas Internacionales, al llamado de la joven República en peligro; las horas heroicas de los bombardeos que reducían a escombros el Palacio de Liria, que sembraban de trincheras, de bunkers y reductos defensivos el país de la manzanilla, de <<El Gallo>> y de San Juan de la Cruz, los paisajes de la lejana niñez, los altos del Hipódromo, la Playa de Madrid, donde en las horas felices os fotografiabais alegres y confiando en un futuro de paz y de progreso, Ibiza, las peligrosas horas del Museo del Prado, poniendo a salvo todos aquellos frailes de Zurbarán, todos aquellos ángeles y vírgenes de Murillo, aquellos <<mamelucos>> y aquellos <<fajados>> héroes anónimos, pastores y hermosas doncellas, caballeros, mendigos y borrachos, los camaradas de Torrijos fusilados en las playas de Malaga que iluminan hoy los lienzos de Goya, de Velázquez y El Greco; Alta Gracia, Falla, Paris, Camús, Aragón, Malraux, Elsa Triolet…
No serían unidades de aquel glorioso Ejército Popular para las que Gaya Nuño, Bardasano y Renau pintaran sus carteles de antaño, ni fue una veterana miliciana de las primeras horas de la Sierra, ni siquiera un sonriente <<pionero>> de rojo pañuelo al cuello el que te recibiera en aquellas horas al pie del moderno avión que te devolvía a la Patria entonces, desde tu largo exilio, después de las horas de dolor tras las ejecuciones de Cristino, de Julián, de las Trece Rosas, de Manuela, de Vías, de Rozas, de los camaradas que no sobrevivieron al Dictador. No sería la voz del poeta de los gitanos, el que alimenta los campos de Víznar con su sangre y con sus huesos desde hace setenta idos años, el que te recibiese en esa hora del regreso desde el Trastévere romano, ni sería un ministro de la Tercera República Española, pero aún se mantiene encendida la candela que un día puso el nombre de España en la boca de millones de obreros de todo el mundo, que izaron sus voces airadas por encima de las fronteras para aplastar al fascismo. Aún se abre una flor de esperanza en el corazón de este pueblo, por encima de los abismos de miseria y de destrucción que va produciendo este sistema que vosotros combatisteis en las horas de vuestra juventud más luminosa.
Un día no lejano, expulsaremos también a estos que en otra hora estrecharon las manos de los prelados y los dictadores que convirtieron la Patria en un inmenso cadalso. Descansad todos en la esperanza de que, las banderas de vuestra juventud se alzarán de nuevo bajo los cielos de estas ciudades, y ahogarán en el olvido este tiempo de mediocridad y de codicia, de princesas y de reyes que heredaron sus palacios y sus bienes de las manos de Caín.
María Teresa, Constanza, Dolores, Rafael, Miguel, Antonio…estas tierras jamás olvidaran vuestra canción mientras sus cielos sigan produciendo cosechas de luz, mientras exista la sonrisa de un niño que salvar, mientras una sola flor sea capaz de germinar en la aridez de las cenizas de un volcán. Salud.
¡¡Viva la República!!
" … Estoy cansada de no saber dónde morirme. Ésa es la mayor tristeza del emigrado. ¿Qué tenemos nosotros que ver con los cementerios de los países donde vivimos? […]
¿No comprendéis? Nosotros somos aquellos que miraron sus pensamientos uno por uno durante treinta años. Durante treinta años suspiramos por nuestro paraíso perdido, un paraíso nuestro, único, especial. Un paraíso de casas rotas y techos desplomados. Un paraíso de calles desiertas, de muertos sin enterrar. Un paraíso de muros destruidos, de torres caídas y campos devastados […] Podeis quedaros con todo lo que pusisteis encima. Nosotros somos los desterrados de España […] Dejadnos las ruinas. Debemos comenzar desde las ruinas. Llegaremos.
(María Teresa León: "Memoria de la melancolía". Buenos Aires, 1970 )