¿O es que no basta con ver la sangre y la muerte?
Julio Ortega Fraile*. LQSomos. Julio 2016
Durante la dictadura en… la que sea, pongan ustedes sobre esos puntos suspensivos Chile, Argentina, Corea del Norte, España, etc., estaban (y están) permitidas las ejecuciones por el simple hecho de ser opositor al régimen de gobierno, pero estaba (y está) prohibido en ellas llamar asesinos a los que redactaron y firmaron las órdenes de ejecución así como a quienes las llevaron a cabo. Y quien dice ajusticiamiento (bajo su particular justicia, ¿todas son aceptables por el mero hecho de poseer ese rango?), dice tortura, con o sin resultado de muerte.
No existe violencia legal sin la correspondiente ley que la ampare, es evidente, y no hay violentos legales sin sus propios argumentos morales para justificarla. Mientras algo sea lícito en la norma jurídica lo que menos importa a efectos de su realización es que lo sea o no éticamente, pues a aquello que no se puede imponer por la razón se obliga por la fuerza y esa fuerza puede denominarse, por supuesto, código penal, un invento en el que, en función de lo que contemple, cabe tanto lo necesario como lo aberrante. Y que es así lo demuestran sus continuas reformas, normalmente (bueno, no lo sé, demasiadas excepciones a esa normalidad) a mejor, pero también casi siempre tardías.
Si hay un principio maltratado en la justicia penal es el de la prevención porque ésta suele llegar cuando las víctimas ya no caben en las conciencias y existen algunas – conciencias, digo-, a menudo pertenecientes a los redactores de ese ordenamiento, en las que hay espacio para muchas, muchas víctimas, quizás por egoísmo, tal vez por cobardía, o puede que sea porque no las engloban en esa categoría y ellos mismos saben que nunca podrán estar incluidos entre ellas.
La tauromaquia es lícita jurídicamente, claro que sí, con leyes que la protegen y dinero que la subvenciona, además de contar con su correspondiente grupo de presión mediático para intentar obtener y mantener el abrigo moral, todo eso lo sabemos, pero quiero establecer un paralelismo:
La dictadura franquista reintrodujo en el Código Penal español el “principio de venganza de la sangre”, que se remonta al Derecho gentilicio romano, y se mantuvo vigente en nuestro país hasta 1963. Esta norma concedía al marido el derecho a matar a su esposa y al hombre que se acostaba con ella en caso de adulterio, y lo mismo ocurría si se trataba de su hija, sin embargo y durante su periodo de validez no estaba permitido matar, por ejemplo, a la mujer de un amigo a la que se sorprendiese cometiendo infidelidad, esto último en 1957 habría sido considerado un delito.
¿Varía el hecho?, ¿cambian el dolor y la vida arrebatada en un caso o en el otro? No, ¿verdad?, pero la acción, legal o no, seguía siendo igual de miserable, de cobarde, de repugnante y de criminal fuese la asesinada la esposa de uno o la de otro. La ley, en ese caso, no penaba la comisión de un daño irreparable sino la circunstancia, y sin embargo tan letal desquite estaba bien visto entonces por muchos, puede que hasta por algunas, y en su defensa se utilizaban palabras como honor, no sé si tradición, pero es posible teniendo en cuenta a cuándo se remontaba el origen de esa facultad y que códigos penales como el de 1870 también la recogieron.
Si yo atrapo a un novillo y, en compañía de tres amigos, lo introducimos en un furgón, nos lo llevamos a un descampado y allí, entre todos, durante media hora le vamos clavando objetos punzantes y practicando cortes hasta que caiga exhausto y agonizante, y cuando conserva todavía un aliento desesperado e inútil de vida le seccionamos de un tajo el rabo y las orejas, los cuatro seremos procesados por una falta (sí, sólo falta, es muy triste) de crueldad con animales en base al artículo 632.2 del Código Penal con las agravantes que pudiesen concurrir.
Pero si yo me llamase José Tomás, Enrique Ponce, El Juli, Morante, Juan José Padilla (añadan el nombre de cualquier matador), e hiciese más o menos lo mismo a un toro una tarde de San Isidro en la Plaza de Las Ventas en Madrid la crueldad pasaría a ser arte, el ensañamiento valor y la vulneración de la ley se llamaría libertad, en definitiva, que no habría delinquido sino participado en la Fiesta y sería aclamado como el garante de una tradición. Un héroe, para unos cuantos.
Esto, ¿tiene sentido?, ¿es que hay por dónde cogerlo?
Los taurinos se sienten cada vez más acorralados en la defensa de su violencia, aun legal, menguantes en número de festejos, subvenciones y seguidores. Eso les preocupa, y mucho, eso hace que se revuelvan pero también se saben protegidos de momento por la ley y tal es su baza más efectiva. A partir de ese amparo desvirtúan torticeramente lo que son y lo que hacen ellos, y lo que somos y hacemos los partidarios de la abolición.
Lo denominan arte y a sí mismos artistas, y poco importa que el arte no pueda traer consigo dolor y destrucción. Leon Tolstoi, al plantearse la justificación social del arte, decía que siendo éste una forma de comunicación social sólo puede ser válido si las emociones que transmite pueden ser compartidas por todos los hombres, y hablaba de su contribución a la fraternidad humana por implicar este valor, es decir, por trasladar emociones que impulsen la unificación de los pueblos. ¿Unifica a los humanos la comisión de la tortura?
No acusan de liberticidas cuando la libertad que exigen la emplean en herir brutalmente y en matar, con lentitud, a un animal, a un mamífero superior con un sistema nervioso central que le hace plenamente capaz de sufrir física y psíquicamente como nosotros, los de nuestra especie. ¿Puede caber todo en el ejercicio de la libertad?, ¿lo hacen también entonces las peleas de perros o el arrojar vertidos contaminantes a un río? Ambas cosas eran legales tiempo ha y hasta en las escuelas de industriales se recomendaba instalar la fábrica cerca de un curso fluvial para ahorrar costes en el traslado de los desechos tóxicos. Ya no lo son, hemos dicho que la ley va cambiando pero, ¿cuántos perros y cuántas aguas tuvieron que morir hasta ese momento?
Deporte tampoco puesto que este concepto entraña la participación voluntaria de todos los actores y está claro que en el caso del toro no se da esa voluntariedad. Y las muertes o lesiones humanas en su desarrollo no pueden ser consideradas accidentes como ocurre en otras actividades. Cierto es que hay personas que fallecen practicando motociclismo o escalada pero aparte de lo que mencionaba antes: tienen potestad para elegir si lo hacen o no, no son espectáculos basados, como este, en la violencia y la muerte. El corredor de motos quiere ganar la carrera y los espectadores van a verle pilotar, el alpinista desea alcanzar una cima o subir por una pared vertical, en las corridas de toros el fin es la muerte del animal después de un proceso en el que se infligen diversas heridas, todas ellas terribles, y los aficionados que compran su entrada saben que van a ver eso, ¡quieren ver eso!, y son conscientes también de que de vez en cuando serán testigos de una cogida, mortal o no.
Y no parece que a algunos de ellos tal hecho les incomode demasiado: en el twitter del cantautor José Manuel Soto, adalid de la tauromaquia, se podía leer hace pocos días al hilo del fallecimiento del matador Víctor Barrio: ”Esta muerte le dará mucha vida al toreo, es la grandeza d la Fiesta, no hay mayor gloria q morir en la arena”. Saquen sus propias conclusiones.
Sí, señoras y señores, en la lidia la última parte de la corrida no se llama recta final hacia la meta sino tercio de muerte, y el objeto que marca su término no es una bandera bajo la cual se pasa sino el estoque de muerte, eso si lo matan “bien”, que a menudo hay que tirar del descabello para que el toro quede tetrapléjico seccionando la médula espinal, o de la puntilla (a veces utilizan las dos) que, a pesar de estar prohibida en los mataderos desde 2006 por la Organización Mundial de la Salud Animal se sigue usando en los ruedos, y aunque el cuchillo del puntillero persigue destruir el centro nervioso que comunica la médula con el encéfalo estudios veterinarios han demostrado que las respuestas cerebrales y espinales estuvieron presentes en el 91% de los bóvidos tras ser apuntillados. Por cierto, ¿saben cuándo se inventó el descabello?, pues fue después de una corrida de Belmonte en la que salió disparado el estoque de muerte al intentar el torero rematar al toro con él y se le clavó mortalmente a un espectador en el pulmón. Ya ven, en la tauromaquia, todo, todo gira en torno a la muerte.
Estos días se mueve en Twitter y Facebook el hashtag #TauromaquiaEsViolencia y es una gran verdad, por mucho que la ley la ampare todavía, por mucho que el dinero público la subvencione y que el movimiento taurino vaya de víctima por ciertos tweets, amenazando ya con denunciar incluso a quien escriba que Talavante es feo. Hace nada me llegó a mí la advertencia de que yo lo sería por escribir que la causa de la cogida del diestro Manuel Terrón es la tauromaquia. Vale que ha habido mensajes en esa red social repugnantes tras la muerte de Víctor Barrio, pero no todos por cuantos quieren presentar demandas ni tampoco ellos, los taurinos, se quedan atrás en los suyos. Yo tengo capturas de pantalla en las que me llaman desde hijo de puta o cocainómano hasta donde me dicen que soy el José Bretón de Pontevedra (aquel que mató a sus hijos y quemó los cadáveres), o que me han “emplumado” por maltratador e incluso avisándome que tenga cuidado con mi fam…
Palabras esas que no me sorprenden viniendo de quienes vienen y que, sea como sea, no me hacen sangrar y morir. Prefiero que me claven tweets a puyas, banderillas, estoques y puntillas. Me resbalan los insultos, las injurias o las amenazas hacia mí pero la tortura y ejecución sañuda y cobarde de un ser inocente susceptible al miedo y al dolor, no, esas no las voy a consentir sin hacer nada. Y no soy yo el único sino muchos, cada día más.
No me detendré, no nos detendremos en nuestra lucha pacífica y necesaria además de urgente contra la violencia de la Tauromaquia. Porque sí: #TauromaquiaEsViolencia
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@JOrtegaFr
– LoQueSomos – Maltrato animal: Un crimen legal