56 años con el Che
Por Arturo del Villar.
La CIA pretendió eliminar totalmente al guerrillero que extendía por el mundo la revolución, con el fin de liberar a los pueblos de la opresión imperialista, y para ello decretó su asesinato
Y lo mataron en Bolivia aquel infausto 9 de octubre de 1967, pero no contaron con que los mitos son inmortales, y así en el mismo momento en que se anunció la muerte del comandante guerrillero Ernesto Guevara, internacionalmente conocido por su apodo cariñoso de Che, identificación de su nacionalidad argentina, comenzó su glorificación entre las gentes más diversas. Por eso llevamos 56 años todavía con el Che, que después de su muerte física está idealmente con nosotros, y lo vemos mostrándonos su gesto impulsivamente ilusionado en la fotografía de Alberto Korda, convertida en el documento más reproducido en el siglo XX, y lleva camino de serlo en el XXI.
La experiencia revolucionaria le permitió conocer su destino, al descubrir que su postura individual en el mundo conectaba con otras para constituir una colectividad de intereses comunes. En la revolución el individuo se concierta en el grupo, capacitado para desarrollar las acciones encaminadas a conseguir el fin propuesto. El tiempo de Sierra Maestra conectó las voluntades particulares en una común, y así se consolidó el grupo guerrillero encaminado a la liberación de Cuba en el que se integró.
Es un sentimiento de grandeza política, saber que se está formando parte de un grupo encaminado a la ejecución de un fin. El Che interiorizó esa sensación, y la expuso en una carta privada a su madre, escrita durante un viaje oficial a la India en 1959, que puede servir como ejemplo para explicar la evolución precisa en quien aspira a realizar una obra comunitaria, o comunista si se prefiere. Por tratarse de un documento privado, en principio no destinado a la publicación, tiene el valor de la confidencia familiar:
Algo que realmente se ha desarrollado en mí es la sensación de lo masivo en contraposición con lo personal; soy el mismo solitario que era, buscando mi camino sin ayuda personal, pero ahora poseo el sentido de mi deber histórico. No tengo hogar ni mujer ni hijos ni padres ni hermanos y hermanas, mis amigos son mis amigos en tanto piensen políticamente como yo y sin embargo estoy contento, siento algo en la vida, no sólo una poderosa fuerza interior, que siempre sentí, sino también el poder de inyectarla a los demás y un sentido absolutamente fatalista de mi misión que me despoja del miedo.
Es una confesión ante la historia, que nos permite entrar en la intimidad del comandante guerrillero, al saber que descubrió el sentido de su deber histórico peleando en la Sierra Maestra contra los sicarios de un dictador vendido al imperialismo gringo. La aceptación de su deber histórico le llevó a renunciar a su personalidad mantenida hasta entonces, le aseguró a su madre que carecía de familiares, y sus amigos eran solamente los correligionarios. Lo personal se diluía en el grupo, o lo masivo, como él dice.
Aunque breve, esta confesión presenta un enorme valor psicológico, por tratarse de uno de los personajes más populares de su tiempo vital. Había comprendido cuál era nada menos que su deber histórico, consistente en ser un guerrillero combatiente contra el imperialismo y el colonialismo para liberar a los pueblos oprimidos de su condición. Ese imperativo categórico radicado en su ser debía proyectarlo a los demás, consolidar una fuerza guerrillera capaz de enfrentarse a los dictadores y esclavistas.
Consciente ya de su deber histórico, se creyó heredero de los libertadores que en el siglo XIX proclamaron la independencia de las colonias sujetas a la tiranía de la dominación española. Las circunstancias históricas habían cambiado, pero las gentes sufrían la misma sujeción a un poder tiránico impuesto por la fuerza de las armas. Su deber consistía en romper las cadenas que sujetaban a esas gentes, una misión que se sentía obligado a cumplir a causa de una fuerza interior que le empujaba a ello fatalmente.
Estas consideraciones se pueden traducir en una sola palabra: destino. Lo había descubierto en la guerrilla, integrado en un grupo con sus mismas pretensiones independentistas. Formaban una unidad ideológica dispuesta a trabajar colectivamente para conseguir que el pueblo liberado dispusiera de todas las apetencias deseadas por la comunidad internacional. Y cumplió su misión hasta que la traición cortó su vida aquel 9 de octubre de 1967.
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