Federico García Lorca, un republicano de izquierdas
Por Arturo del Villar.
No es fácil imaginarse a Federico García Lorca como un anciano. Su asesinato cuando acababa de cumplir 38 años motiva que todas las fotografías conservadas de él lo mantengan en la memoria como un hombre joven, aunque ayer 5 de junio de 2023 se cumplieron 125 años de su nacimiento
Lo que nos han contado los compañeros acerca de su carácter confirma que era un perpetuo adolescente, aficionado a los juegos, a las bromas, al cante flamenco y todas las diversiones. No hubiera sido nunca un anciano, aunque el odio de los fascistas sublevados contra la República no hubiera truncado su vida en 1936 “antes de tiempo y casi en flor cortada”, por decirlo a la manera de Garcilaso, otro joven eterno en nuestra memoria, muerto en 1536, aproximadamente a los 40 años.
Era un joven triunfador con sus libros de poemas y con sus obras dramáticas, no afiliado a ningún partido político, pero decididamente inclinado a la extrema izquierda, algo que constituía un delito para los fascistas. Aprovecharon la conmoción causada por la rebelión de los militares monárquicos para asesinarlo en un barranco sin juicio previo. Todas las muertes derivadas de la guerra fueron inicuas, pero la de Lorca ademas representa un delito de lesa literatura, puesto que se hallaba en la plenitud de su potencia creadora.
Lo mataron a causa de su ideología republicana de izquierdas. Con su habitual cinismo, los mismos criminales difundieron después la teoría de que se trató de una venganza entre homosexuales, infundio sin pruebas de ninguna clase propalado en 1956 por un indocumentado francés que utilizaba el sobrenombre de Jean—Louis Schonberg. La propuesta fue excelentemente acogida por la dictadura española: organizó una campaña para asegurar que Lorca era apolítico, sin haber dado nunca ninguna muestra de interés por cualquier cuestión política. Nadie lo creyó, pero quedó dicho.
Las tragedias femeninas
La España presentada en sus tragedias campesinas disgustaba a los defensores del sentido tradicional catolicorromano favorecido por la monarquía en su apoyo de la predicación de los curas y obispos. Esas mujeres protagonistas de sus obras dramáticas rompen con las teorías seculares de la sumisión al marido. La Novia de Bodas de sangre, la inconformista Yerma, las hijas de Bernarda Alba son todas modelos de insumisión, pecaminosa en la creencia tradicional de la Iglesia catolicorromana sostenedora de la monarquía. Especialmente peligrosa era Mariana Pineda, la muchacha revolucionaria contraria al absolutismo de Fernando VII, muerta en el cadalso como una asesina por ser fiel a sus sentimientos.
Es la primera exposición de la ideología de Lorca expuesta por medio del teatro. La compuso en 1923, el año en que el rey Alfonso XIII de Borbón animó al general Primo a organizar un golpe de Estado palatino que le permitiera clausurar las Cortes, suspender la Constitución y cerrar los medios de comunicación independientes, para así reinar a su gusto sin ningún control. La tragedia constituye una defensa de la libertad de opinión contra la tiranía implícita siempre en toda monarquía. Relata muy líricamente la muerte en el cadalso de Mariana Pineda, condenada por encubrir a los liberales que conspiraban contra el absolutismo de Fernando VII, y de haber bordado una bandera para ellos. Tiene como título simplemente el nombre de la heroína.
Durante los cuatro años siguientes se esforzó inútilmente en buscar una compañía teatral que osara representarla: nadie se arriesgaba. La dictadura del general Primo, protectora de la corrupción del régimen monárquico, cerraba teatros y universidades, imponía la censura a los medios de comunicación, desterraba a los intelectuales críticos, y encarcelaba a los disidentes. En tales circunstancias, el grito lanzado por Mariana en la última escena, “¡Yo soy la Libertad, herida por los hombres!”, se convertía en una llamada a la revolución contra el rey y su dictador, que encarcelaron a la libertad como un siglo antes lo hizo Fernando VII de Borbón.
Libertad contra monarquía
Al escribir esa tragedia política exponía Lorca tanto su amor a la libertad de expresión como su rechazo de la monarquía que asesina a los vasallos incómodos. Ofreció una lectura privada de la tragedia en el Ateneo de Barcelona en abril de 1925. No se anunció en ningún medio de comunicación para evitar su prohibición, pero asistieron notorios republicanos de la provincia, convocados reservadamente. El acto se convirtió en una exaltación de la República, y el autor fue aplaudido como el primer poeta republicano de España.
Durante la espera de una oportunidad para verla representada, Lorca hizo tres versiones distintas de la tragedia, y por fin la actriz republicana Margarita Xirgu se atrevió a estrenarla en el Teatro Goya de Barcelona, el 24 de junio de 1927. El público aplaudió largamente las alusiones a la libertad, exiliada entonces de España.
Con ese precedente a favor, el estreno en Madrid tuvo lugar el 12 de octubre, en el Teatro Fontalba. Uno de los espectadores, Arturo Barea, evocó años después en su exilio de español libre cómo la gente daba vivas a la República durante la representación, a pesar de la segura presencia de policías en el teatro. En su ameno ensayo Lorca, el poeta y su pueblo, publicado en 1957, en Buenos Aires, como es lógico, por la editorial Losada, se encuentra una ingeniosa crónica de las reacciones mostradas por una portera invitada al estreno, identificada con la protagonista mártir de la libertad.
El teatro como arma política
Lorca utilizó el teatro clásico como un arma política, para difundir la cultura entre el pueblo hasta entonces despreciado por el rey y sus servilones. Preferían mantener un pueblo analfabeto, para que no pensara en su situación paupérrima y se le despertaran ideas revolucionarias. Triunfante la República por decisión del pueblo el 14 de abril de 1931, tras la precipitada fuga secreta del rey, expuso Lorca un proyecto de teatro popular a su paisano y amigo Fernando de los Ríos, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes. Una vez aprobado por el Gobierno, el 10 de julio de 1932 salieron de Madrid los camiones que transportaban a los integrantes de La Barraca, nombre que se dio al grupo, dedicado a representar el teatro clásico español por ciudades y pueblos. En algunos lugares se produjeron incidentes, por la actitud provocativa de grupos antirrepublicanos que consideraban ese teatro subversivo.
Es indudable que Lope de Vega, Calderón de la Barca, Rojas Zorrilla y otros dramaturgos clásicos llevaron al teatro los conflictos de clase, la oposición entre el pueblo sojuzgado y sus tiranos, los nobles, los militares y los administradores de la Justicia en nombre del rey. En aquella época de profundo absolutismo real, con la Inquisición vigilante, solamente podían denunciarse los delitos cometidos por los servidores del rey, porque la figura del monarca gozaba de absoluta impunidad, al creérsela de origen divino. Incluso se la utilizaba para fallar a favor del pueblo y en contra de sus servidores culpables de corrupción, poniendo fin a los dramas con una manifestación de la justicia directa del rey, que alteraba las decisiones injustas de sus subordinados.
La intención de los dramaturgos clásicos era elevar la personalidad del monarca, como garante de los derechos de sus vasallos. Sin embargo, vistas esas obras por un pueblo que acababa de expulsar al rey tirano, más injusto que el más injusto de sus magistrados, reforzaban el sentimiento republicano de los espectadores: cuando el pueblo se toma la Justicia por su mano, como hacían los vecinos de Fuenteovejuna en el teatro, la razón estaba de su parte, y ningún poder era capaz de imponer otra sentencia. Los espectadores, muchos de ellos campesinos analfabetos, se identificaban con los actores porque padecían realmente aquellas vejaciones.
Censurado por la dictadura
La dictadura fascista derivada de la guerra se presentaba como defensora acérrima de los valores tradicionales catolicorromanos. Por eso el teatro de Lorca era irrepresentable y su poesía censurable. Los matrimonios perpetuos con la mujer sometida al capricho del marido, por estar prohibidos los divorcios, resultaban incompatibles con un romance como “La casada infiel”, porque en aquella España todas las casadas eran fidelísimas. El “Romance de la Guardia Civil española” constituía un escándalo, por presentar a sus números como una especie de robots entrenados para matar insensiblemente, puesto que Lorca descubrió que “tienen, por eso no lloran, / de plomo las calaveras”.
En ese contexto histórico a la dictadura fascista le convenía difundir la teoría del apoliticismo de Lorca. Fue su compañero del grupo poético llamado del 27 Dámaso Alonso el propalador del infundio. No sé si Alonso era fascista por ser un fanático catolicorromano, o era catolicorromano por ser un fiel fascista, pero lo cierto es que compartió las dos ideologías por igual, y que el régimen dictatorial le compensó su fidelidad con toda clase de prebendas.
Lo lanzó en un artículo titulado “Una generación poética (1920–1936)”, publicado en marzo de 1948 en el número 35 de la revista integrista Finisterre, dirigida por el presunto filósofo retrógrado Leopoldo Eulogio Palacios, perteneciente a la secta del Opus Dei. Ahí relató una supuesta conversación que decía haber mantenido con Lorca la víspera de su fatal viaje a Granada para ser asesinado por los sublevados. Hablando de un poeta entregado a la política, seguramente Rafael Alberti, asegura que Lorca lo lamentó y le declaró: “Yo nunca seré político.”
No existe ninguna prueba de esa afirmación. La ideología ultraconservadora de Alonso, intelectual mimado por la dictadura, de gran mérito como historiador y crítico literario, eso es indiscutible, nos obliga a ser cautos a la hora de valorar sus afirmaciones políticas, inevitablemente tendenciosas. En este artículo, después incorporado en 1952 a su libro Poetas españoles contemporáneos, Alonso insertó una frase, “Federico, mi príncipe muerto”, que indignó a Luis Cernuda tanto como para inspirarle el poema “Otra vez, con sentimiento”, compuesto en su exilio mexicano y agregado a su libro Desolación de la Quimera, en el que retóricamente le dice al amigo asesinado: “¿Príncipe tú de un sapo?” Es la opinión de un compañero y amigo de los dos en aquellos años de preponderancia poética en España.
Político por republicano
Lo cierto históricamente demostrado es que Federico García Lorca sí era político, lo mismo que sus compañeros del grupo poético del 27. Actuaron unidos como un grupo compacto defensor de una lírica renovada desde la recuperación del pasado. La guerra iniciada por los militares monárquicos sublevados hizo imposible la convivencia entre las dos españas enfrentadas, en las que también se dividían las ideologías de los poetas. Siete de los supervivientes del grupo se refugiaron en países acogedores, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Emilio Prados, Luis Cernuda, Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre y Juan Larrea. En la España vencida solamente quedaron Dámaso Alonso y Gerardo Diego por su involucramiento con la dictadura, y Vicente Aleixandre a causa de su enfermedad crónica que le obligaba a guardar reposo continuado.
Todos se interesaron por las cuestiones políticas, como era obligado en unos intelectuales, incluido Alonso, que se dejó tentar por un demonio monárquico para loar a su rey Alfonso XIII. Todos intervinieron de alguna forma en la contienda, especialmente con poemas laudatorios de acciones bélicas de su interés en uno u otro bando. Eso es lo que no pudo hacer Lorca, detenido el 16 de agosto en el Gobierno Civil de Granada, del que lo sacaron para darle muerte el 19. Podemos deducir de los manifiestos firmados en años anteriores que hubiera compuesto poemas a los soldados leales de haber tenido tiempo, pero los militares sublevados no se lo dieron.
Claro que era político Lorca, aunque no se afiliara a ningún partido. No es imprescindible apuntarse a una organización y abonar una cuota para compartir sus creencias. En el caso de Lorca se aprecia con mayor motivo, dada la variedad de sus intereses, como poeta, dramaturgo, conferenciante, músico y dibujante, incapaz de someterse a una disciplina, y ni siquiera de llegar a tiempo a las citas. Su carácter resultaba individualista, aunque se encontrara a gusto entre los parias de la sociedad, los gitanos en España y los negros en los Estados Unidos.
Era un político popular, en su sentido de perteneciente al pueblo (aunque esta palabra se halla desprestigiada por habérsela apropiado un partido clasista antipopular). Lo resaltó su mejor conocedor, Ian Gibson, en su ensayo El asesinato de Federico García Lorca (Barcelona, Bruguera, 1981), ampliación de trabajos anteriores. La abundante documentación aportada en los apéndices impide cualquier duda acerca del compromiso político del poeta con la izquierda, así como del sentimiento de odio que levantó en la derecha, hasta consumarlo con su asesinato.
Manifiestos izquierdistas
Se comprueba al examinar los manifiestos políticos que firmó en este período. Puesto que en su mayor parte los recopiló Ian Gibson en el libro citado, no hace falta copiarlos. Basta con recordar las motivaciones de sus textos, para acallar a quienes pretendían sostener que el poeta careció de inquietudes políticas, y por lo mismo su asesinato no tuvo esa motivación.
Destacan entre los manifiestos el de adhesión a la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, firmado en abril de 1933; contra las detenciones de escritores en la Alemania nazi, 1 de mayo de 1933; contra el proceso a Manuel Azaña, acusado de conspirador por el Gobierno de Lerroux, 14 de noviembre de 1934; contra la ultraderechista Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), 30 de octubre de 1935; en apoyo del pueblo de Etiopía contra la agresión italiana fascista, 6 de noviembre de 1935; adhesión al homenaje a Antonio Espina, acusado por el embajador de la Alemania nazi, 17 de noviembre de 1935; adhesión al manifiesto de la Unión Internacional por la Paz, 4 de febrero de 1936; por la libertad del revolucionario brasileño Luis Carlos Prestes y contra la represión imperialista en Puerto Rico, marzo de 1936; adhesión al Grupo de de Amigos de América Latina en apoyo de los luchadores antiimperialistas, abril de 1936; se integra en el Comité de Amigos de Portugal contra la dictadura fascista, mayo de 1936; firma la convocatoria del homenaje a Lenormand, Malraux y Cassou, enviados del Frente Popular francés, mayo de 1936, y la protesta por la muerte en presidio de patriotas portugueses, 1 de julio de 1936.
No relaciona Gibson que Lorca también firmó la protesta contra el proceso a Louis Aragon, incoado en París el 16 de enero de 1932, lo que demuestra por un lado su prestigio internacional, y por otro su identificación con la ideología del poeta francés, miembro del Partido Comunista que llegaría a formar parte de su Comité Central. Se debió a la publicación del poema que iba a hacerse famosísimo, y que motivó su ruptura con el grupo superrealista, “Front Rouge”, en el que animaba a la revolución y a dar muerte a algunos políticos citados. Un juez pidió para él cinco años de cárcel, lo que obligó a los superrealistas franceses a movilizarse contra el proceso, solicitando firmas de apoyo a los escritores y artistas más prestigiosos en aquellos años. No faltaron las de Picasso y Lorca. La protesta surtió efecto, y el juicio no llegó a celebrarse.
De manera que aunque Lorca no se afilió a ningún partido político, su ideología es muy clara, al observar su simpatía por la Unión Soviética y por los escritores y activistas comunistas. No llegó a componer poemas en alabanza a los logros revolucionarios, como hicieron otros compañeros, porque su escritura no estaba capacitada para la épica. Pero sí se solidarizó con los oprimidos, los gitanos, los jornaleros del campo andaluz, los perseguidos por los guardias civiles al servicio de los terratenientes.
Testigo de cargo en Nueva York
Se acentuó su izquierdismo todavía más durante su estancia en los Estados Unidos de Norteamérica en 1929 y 1930. Lo que comprobó por sí mismo le obligó a censurar y despreciar a la sociedad capitalista por excelencia: prueba de ello es su libro Poeta en Nueva York, una reiterada denuncia de la opresión a los negros, de la deificación del dólar, de la deshumanización de la vida gringa. Bien claro lo dijo en el poema “New York. Oficina y denuncia”, en el que escupía en la cara de los estadounidenses en general.
Asimismo, en otros poemas se repiten las acusaciones contra esa sociedad deshumanizada, como en “Oda al rey de Harlem”, “Iglesia abandonada (Balada de la Gran Guerra)”, “Grito hacia Roma (Desde la torre del Chrysler Building)”, y varios más. Su poemario forma parte de los textos comentados en los departamentos de español en las universidades gringas, sin que anime a los alumnos a actuar para corregir esa situación social inhumana que aún se perpetúa. De modo que si no perteneció a ningún partido político, sí estuvo con los pobres que padecen la opresión capitalista. Fue bastante motivo para que los militares sublevados ordenaran su fusilamiento al mes de la rebelión. Se ha investigado quiénes fueron los verdugos ejecutores del asesinato, pero los responsables son los instigadores.
Este crimen inflamó a la mayor parte de sus compañeros integrantes del grupo poético del 27. Desde entonces el grupo se rompió, debido a la muerte violenta de uno de sus componentes, y porque los restantes adoptaron posiciones encontradas con relación a los criminales. Se enfrentaban las dos españas, representadas también en el grupo poético. El 19 de agosto de 1936 fue asesinado Lorca, y quedó disuelto el grupo del 27. Es un dato importante para la historia literaria, aunque intrascendente para la catástrofe organizada por los militares monárquicos sublevados. Entre tantos asesinatos como se perpetraron, durante la guerra y la posguerra, el del poeta resulta insignificante. A nadie se ha juzgado por ellos.
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