Homero Manzi: poesía y compromiso

Homero Manzi: poesía y compromiso

Por Daniel Alberto Chiarenza*

Homero Manzi, nacido en Añatuya, Santiago del Estero, fue una de las figuras más importantes de la poesía popular y el tango argentino. A través de su lírica, impregnada de sensibilidad social y nostalgia por sus raíces provincianas, Manzi retrató la vida del arrabal porteño y sus personajes con una profundidad que trasciende lo costumbrista. Su obra, marcada por un fuerte compromiso con las problemáticas sociales, políticas y culturales de su tiempo, sigue siendo un faro en la identidad del tango y la poesía argentina.

1 de noviembre de 1907: nacimiento del poeta Homero Manzi

“Una música, lastimada y sencilla,
traduce esa admiración de resignada expectativa:
es la música del tango.
Y unas palabras superpuestas procuran fingirle una torpeza
o una cavilación ajena a ella: son las letras de los tangos.
La música dice las amarguras de todos los porteños;
la letra, la de unos pocos en que los demás se justifican.
Este es apunte que las nuevas letras de tango no quieren servir,
porque las letras de tango marcan de más en más la trascendencia
de una pequeña metafísica empírica del espíritu porteño”.
Raúl Scalabrini Ortiz, El hombre que está solo y espera.

El progenitor de Homero Manzi –sí, de aquel que tendría el mismo nombre de pila, curiosamente, del aeda popular griego que contó como nadie supo hacerlo después, los infortunios, los triunfos, las hazañas y las frustraciones de los primitivos griegos: Homero-, su padre, se llamó Luis Manzione.

Don Luis, como fácilmente podemos inferir, era argentino aunque hijo de inmigrantes italianos. De aquellos que habían sido convocados en las primeras oleadas masivas y espontáneas, llamados “hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo argentino” por la Constitución Nacional, pero por sobre todas las cosas por el modelo agroexportador que necesitaba de aquella fuerza de trabajo barata para cumplir con los designios de la División Internacional del Trabajo que marcaban con su duro compás los ingleses. Pasaron 120 años y, aunque parezca mentira, el gobierno actual de Argentina quiere volver, insólitamente, a aquella sociedad con 10% de ricos y 90% de pobres (sin clase media).

Casa natal de Homero Manzi. Añatuya

El zapatero Luigi una mañana decidió dejar su sedentaria zapatería en el barrio de Boedo –ubicado en el arrabal de la coqueta y soberbia Ciudad de Buenos Aires-, para probar suerte –como lo habían hecho muchos de sus paisanos mediterráneos- como chacarero en nuestra Argentina profunda. Lo habían entusiasmado con algunas hectáreas, pocas, que se vendían en un promisorio pueblo de la sedienta provincia de Santiago del Estero, la que había sido rica –Madre de Ciudades- y Buenos Aires había vuelto pobrísima. Añatuya se llamaba el lugar que mágicamente alimenta los sueños de labriego cuentapropista.

Por esos años, a Añatuya había llegado el ferrocarril –por entonces y relativamente, bajo ciertas circunstancias, factor indiscutible de progreso, aunque en la mayoría del territorio santiagueño había operado como factor de retraso- con el objeto, según los intereses británicos en la región, de unir el Litoral con Tucumán. Claro que este trazado no tomó en cuenta las necesidades de la provincia y su gente. Pero ¿quién les podría discutir nada a los apropiadores del riel?, como diría más adelante Scalabrini Ortiz: manipulando el diagrama y las tarifas sería la telaraña metálica que aprisionaría el natural desarrollo del país, impidiendo nuestra independencia económica y sometiéndonos a la más salvaje de las sujeciones, rindiendo tributo al “único” sistema económico posible: el capitalismo salvaje, como lo adjetivaría Evita mucho después.

Añatuya es un punto geográfico que configura la puerta que se abre generosa hacia la selva chaqueña y los quejumbrosos quebrachales, que pronto comenzarán a ser talados –“casualmente”, también, por una empresa británica- de una manera fatalmente indiscriminada y alevosa, sin colocar una sola semilla de algún árbol que reemplazara a aquellos portentosos ejemplares que iban a faltar en este desatino ecológico y de destrucción, planificada, del medio ambiente. Otra vez la Naturaleza (manejada por los poco numerosos “vivos” de mucho dinero) le iba tributar sacrificios al Dios del dinero sin importarles el ser humano.

Se formaba en Añatuya, como consecuencia del paso del río Salado –que venía desde el norte-, un bañado que abarcaba algunos kilómetros, para que el río siguiera su curso, ingresando en territorio santafesino y desembocando en el Paraná.

Fco. Canaro, Eva Perón y Homero Manzi

En el tiempo en que llegaba la familia Manzione todavía se podía intentar, con cierta probabilidad de éxito en la empresa, dedicarse a los cultivos, como –por ejemplo- el del algodón (con dudoso resultado) y el del maíz. En esa zona de bañado se cultivaba, con esperable resultado positivo, maíz y zapallo. Es que la salinidad del suelo y la marcada disminución del agua conspiraban contra la producción de tipo agrícola, en beneficio de cierta forma de ganadería: cría extensiva de vacunos para su utilización alimentaria.

Este era el paisaje de Añatuya cuando los ve llegar a don Luis y a su esposa: doña Ángela Prestera, nativa en la República Oriental del Uruguay; venían, además, con sus cinco hijos y el hermano del pater familia, el “tío” Carmelo.

Es precisamente allí, en Añatuya, departamento de General Taboada, provincia de Santiago del Estero, donde en el casco de “La Trece” -que luego fuera una escuela y hoy se la puede observar casi derruida y en condiciones de precariedad que lastiman las pupilas y el corazón- nacía el 1 de noviembre de 1907 el sexto de los ocho hijos que procrearía la familia Manzione: Homero Nicolás.

“Era una delicia ver como pasaba” los primeros años de su vida Homero, quien luego acortaría en función artística su apellido transformándolo en Manzi. También tendría un par de seudónimos: Arauco y Barbeta.

Esos años, aunque fueron pocos, son los que marcaron en forma indeleble al poeta del suburbio porteño, que tenía en ese momento mucho de provinciano. No pasan desapercibidos para el futuro bardo de los arrabales las angustias de los hombres, la depredación del paisaje, la transculturación o colonización de las costumbres y la problemática social sobre la que luego volverá en sus letras para los hombres.

En Añatuya quedará el tío Carmelo, como vínculo con la raíz provinciana que nunca perderá el sobrino poeta. Allá, el hermano de Luis Manzione, constituirá su familia y el padre de Homero dejará un pequeño patrimonio, excusa para que siempre quieran volver a su patria chica, especialmente Homero, que hará del poblado casi anónimo, ampliado en su geografía por el suburbio que calará hondo en el alma de nuestro bohemio protagonista, uno de los centros de su poesía, sus proyectos culturales y también –por qué no decirlo- de sus luchas políticas, universitarias y sociales.

Homero no se quedará en la descripción costumbrista, en el que podría parecer como el intrascendente recuerdo personal, para su añorada Añatuya –que él en alguno de sus versos denominó “porque al fin es Aña… mía”-, que será su basamento espiritual no por el aleatorio hecho de haber nacido allí, sino porque lo afectivo, lo sentimental, juega un papel trascendente en este futuro fotógrafo literario de los arrabales porteños.

Después, en el pasaje de la niñez a la adolescencia, vendría el pupilaje en el Colegio Luppi, ubicado en la esquina de Esquiú y la Avenida Centenera, las cinco esquinas –una de las cuales era la Avenida Centenera y Tabaré, que aparecerá mencionada en uno de sus tangos más famosos, Manoblanca-, es que esa vivencia tal vez haya sido fielmente retratada desde las vidriadas ventanas del Colegio donde asistía este poeta que supo reflejar como nadie el alma del arrabal, mostrándolo como una evocación, allá por 1939, cuando escribiera el tango mencionado, junto al músico De Bassi y que tendría un éxito resonante en la voz de Ángel Vargas:

MANOBLANCA
¿Dónde vas, carrerito del este,
castigando tu yunta de ruanos
y mostrando en la chata celeste
las dos iniciales pintadas a mano?

Reluciendo la estrella de bronce
claveteada en la suela de cuero,
¿dónde vas, carrerito del Once,
cruzando ligero las calles del sur?

¡Porteñito! ¡Manoblanca!
¡Vamos! ¡Fuerza, que viene barranca!
¡Manoblanca! ¡Porteñito!
Fuerza, ¡vamos! que falta un poquito.

Bueno… Bueno… Ya salimos…
Ahora sigan parejo otra vez,
que esta noche me esperan sus ojos
en la Avenida Centenera y Tabaré.

¿Dónde vas, carrerito porteño,
con tu chata flamante y coqueta,
con los ojos cerrados de sueño
y un gajo de ruda detrás de la oreja?

El orgullo de ser bien querido
se adivina en tu estrella de bronce,
Carrerito del barrio del Once
Que vuelves trotando para el corralón…

Bueno… Bueno… Ya salimos…
Ahora sigan parejo otra vez,
mientras sueño en los ojos aquellos
de la Avenida Centenera y Tabaré.

La vida terrenal de Homero Manzi terminó, casi entre ensoñaciones, un 3 de mayo de 1951, tenía apenas cuarenta y tres años y estaba en la plenitud de su creatividad y de su producción artística.

A los pocos minutos se enteró su entrañable amigo, el “Gordo” Troilo, el de las interminables charlas telefónicas luego de que el también inmortal bandoneonista volvía de actuar en el Marabú. Un desconsolado “Pichuco” compone, “de una”, en honor del amigo muerto Responso, un tango instrumental que luego al “Gordo” le sería muy difícil de interpretar, pensando en el irrecuperable amigo.


* Desde Burzaco (Buenos Aires). Docente jubilado, regente y director del Instituto Lomas y profesor de Adultos. Es autor de los libros Historia general de la provincia de Buenos Aires (1998); El olvidado de Belém: vida y obra de Ramón Carrillo (2005); Ramón Carrillo: vida y obra del ilustre santiagueño; Historia Popular de Burzaco T. 1 (2009); Santiago del Estero-Belém do Pará. Una vida, un destino: Ramón Carrillo (2010); El Jazz Nacional y Popular (2017).
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