La inutilidad
Silvia Delgado*. LQSomos. Enero 2016
Después de todo qué puede importar que haya una poeta menos hablando sobre los imperios, sobre los injustos mendigos, sobre los niños hambrientos , sobre las mujeres tiradas a golpes en las estadísticas, sobre el dolor de vivir en ciudades donde es imposible soñar con ser libres.
Qué puede importar si muerdo los días como se muerden la lengua los torturados, como muerden las horas los condenados a muerte sobre jergones insalubres, como muerden los besos nuestros viejos.
Qué puede importar una poeta ajena a los triunfos de la vida, si somos muchos, demasiados, pidiendo auxilio.
Un viejo agoniza a esta hora.
Un loco siente miedo al verse en el espejo terrible de sus fracasos
Una madre aborta uno tras otro y siente que no será el último.
Un joven negro se desangra en la frontera mientras ve morir familias enteras.
Un borracho canta la internacional y llora.
Una mutilada pide que la ayuden a llegar a la iglesia donde mira a los ojos a quien reza.
Quizá ninguno de ellos haya leído en su vida un sólo poema.
Quizá les suenen los nombres de quienes dignificaron este oficio, quizá sea canción algún verso y lo tarareen ingenuos y ajenos. Quizá en sus casas, alguna vez, hubo un libro de poesía y se lo pasaron de mano en mano, curiosos o ridículos.
Quizá sepan de memoria romances antiguos, escriban sus amores contrariados o lloren elegías.
No lo sé.
Lo que sí sé es que arañamos verdes incompletas pues poco o nada sabemos sobre la tierra o sobre la vida.
Publicamos libros, participamos en lecturas, escribimos reseñas nos creemos imprescindibles, divinos, malditos, gloriosos.
Pero los pueblos no viven nuestra poesía, ni la respiran, ni la caminan.
Dicen que El Che llevaba siempre en su mochila un libro de poesía.
A Neruda lo secuestraron para que leyera sus poemas en la oscuridad de una mina.
Hoy me pregunto si los explotados de la tierra, (igual que aquellos mineros), tienen a un poeta secuestrado en alguna cantera, en algún mercado, en un andamio, en una fábrica, en una maquila o si por el contrario sus sufrimientos son afónicos y solitarios.
Me pregunto si algún libro de poesía contemporánea, tiene la fortuna de mancharse de selva o de asfalto, si es quemado en una barricada, enterrado en una fosa común en Ayotzinapa o pasa los días lentos en una cárcel del estado español o de Palestina.
Es decir, me preocupa nuestra inutilidad.
Si la poesía elige volar y no echar raíces, si prefiere el cielo con sus paraísos, si opta por el silencio cuando los niños revientan, entonces, què puede importarnos lo que diga, ni lo que escriba, ni la magia que desempolva con sus cantos tristes.
Que vayan los versos de boca en boca es lo que cuenta.
Que sean voz y grito.
Que sean memoria y se claven en el aire.
Que sean proscritos,
que describan los siglos sin domingo,
las mesas sin pan,
los pueblos sin soberanía.
Y que nunca,
nunca,
sean armisticio.