Luis Cernuda o la fe en la República
Por Arturo del Villar.
Resulta habitual, y parece forzoso, encontrar en los poetas de la España peregrina, repartidos por el mundo desde 1939, lamentos por el éxodo al que los empujaba la derrota de la República
La excepción es Luis Cernuda, quien ya antes se consideraba un exiliado interior sin familia y sin patria. No le gustaron nunca ni la una ni la otra. Era un desarraigado perdido en un mundo extraño que le disgustaba intensamente. Escuchaba a otros hablar de amor y él no lo conocía. Iba componiendo una obra poética a sabiendas de que sus paisanos la ignoraban. Vivir consistía para él en pasar el tiempo vanamente, o dicho con el título de uno de sus libros, Vivir sin estar viviendo. Debido a ello tenía muy pocos amigos, decían que su carácter era extraño. En las historias literarias se le incluye en el grupo poético del 27, pero solamente intimó con Vicente Aleixandre, e incluso escribió despectivamente sobre otros compañeros con los que no simpatizaba.
La proclamación de la República Española dio un sentido a su vida, algo desconocido hasta entonces. Es precisamente Aleixandre quien contó el entusiasmo alegre de Cernuda aquel 14 de abril de 1931, que le animó a perderse entre las riadas de gente encaminada a la Puerta del Sol madrileña para celebrar el triunfo republicano, él, que desdeñaba las multitudes y las había evitado hasta entonces.
En la República encontró un sentido para su vida y para su poesía. Empezó a componer los poemas en los que explicitó sus sentimientos eróticos hasta entonces silenciados, Los placeres prohibidos, condenados por la sociedad debido a la teoría de la secta catolicorromana sobre los pecados sexuales tan voluptuosos para los clérigos, pero vetados para el resto de los seres humanos. La República le dio una libertad de expresión hasta entonces cohibida. Era un hombre nuevo y un poeta renovado.
En el número doble 4—5 de la revista revolucionaria Octubre, así titulada como homenaje a la Revolución Soviética, dirigida por Rafael Alberti, correspondiente a los meses de octubre y noviembre de 1933, apareció la adhesión de Cernuda a la revolución comunista. Este dato le pareció tan importante como para resaltarlo en la breve nota autobiográfica escrita para acompañar la selección de sus versos en el volumen de largo título Poesía española. Antología. (Contemporáneos), editada en 1934 por Signo bajo la dirección de Gerardo Diego.
Con el pueblo y por el pueblo
El hasta entonces retraído, y en opinión generalizada, huraño poeta se echó a la calle para celebrar la llegada de la República, y continuó en ella. Se integró en las Misiones Pedagógicas, uno de los grandes medios de culturalización popular creados por la República, para remediar el vacío mantenido en este campo por la monarquía, temerosa de que el pueblo supiera pensar y se preguntase para qué servía la llamada familia irreal, tan cara de mantener pese a su inoperancia. Con ellas recorrió España entre 1932 y 1935, explicando a campesinos, marineros y obreros el patrimonio cultural que les pertenecía, aunque hasta entonces hubiera estado usurpado por la clase llamada nobleza y el clero.
Esa asumida experiencia vital modificó el carácter de Cernuda, al producirse el proceso de asimilación del concepto de lo popular, tan falsificado a cuenta de quienes lo aprovechan en su beneficio. En esa aventura se encontró a sí mismo, y en consecuencia al sentido de su existencia.
Como era inevitable, repercutió en su ideología, y por derivación lógica en su escritura. Con la República se integró Cernuda en el pueblo español, y gracias a él descubrió su voz personal auténtica. Su poema “La familia”, de Como quien espera el alba (1947), cuenta la imposibilidad de integrarse en el mundo burgués que le estaba reservado por herencia y tradición. La República dio un sentido a su vida y a su poesía, anhelado hasta ese momento, pero desconocido. No había sido del pueblo por razón de su nacimiento, pero en cuanto lo descubrió se hizo uno del pueblo con toda su voluntad.
Se agrupaba con todos los revolucionarios del mundo para comenzar la destrucción del imperio burgués, y sustituirlo por la fuerza del proletariado imparable. El momento histórico reclamaba acción contundente, puesto que en enero de 1933 había sido nombrado Adolf Hitler canciller de Alemania, gracias al apoyo de una mayoría del pueblo germano, dispuesto a seguirle fanáticamente hasta la muerte. Era sin duda uno de los motivos que indujeron a Cernuda a expresarse así:
Este mundo absurdo que contemplamos es un cadáver cuyos miembros remueven a escondidas los que aún confían en nutrirse con aquella descomposición. Es necesario, es nuestro máximo deber enterrar tal carroña. Es necesario acabar, destruir la sociedad caduca en que la vida actual se debate aprisionada. Esta sociedad chupa, agosta, destruye las energías jóvenes que ahora surgen a la luz. Debe dársele muerte; debe destruírsela antes de que ella destruya tales energías y, con ellas, la vida misma. Confío para esto en una revolución que el comunismo inspire. La vida se salvará así.
Las citas se hacen por sus Obras completas, edición de Derek Harris y Luis Maristany, Madrid, Siruela, en tres volúmenes: uno de Poesías completas (1993), y dos de Prosa (1994), concretando el volumen en números romanos y las páginas en arábigos. En este caso, III, 63.
El programa era preciso, pero irrealizable por el momento. Probablemente el mundo resultará siempre absurdo para sus habitantes, pero es cierto que el de 1933 superaba a todas las épocas anteriores, aunque todavía faltaba por llegar lo peor. En España, tras la dimisión forzada de Azaña como presidente del Gobierno en el mes de setiembre, se sucedieron los gobiernos de Lerroux y Martínez Barrio, hasta que en las elecciones legislativas del 19 de noviembre triunfó la derecha anticonstitucional, lo que también era el principio de un desastre total. Así comenzó el llamado bienio negro de la República. Las esperanzas puestas en su proclamación se diluían ante la perversión del sistema.
Por una nueva sociedad
En el número 6 de Octubre, correspondiente a abril de 1934, se publicó un poema de denuncia social firmado por Luis Cernuda, “Vientres sentados”, no recogido en sus libros. Denominaba así a los poderosos del mundo, los que reciben tranquilamente sentados las ganancias aportadas por los trabajadores que realizan su ocupación de pie o de rodillas. Les advertía que la Revolución avanzaba por toda la Tierra, en favor de la igualdad social en un mundo sin clases. Recordemos algunos de sus versos, carentes de puntuación:
Con satisfacción
Como quienes saben
Como quienes tienen en su puño la verdad
Bien apresada para que no se escape
Y con orgullo
Como vigilantes de vosotros mismos
Domináis a lo largo a lo ancho de la tierra
Vosotros vientres sentados. […]
Alado el pie vigoroso
El pie juvenil y vigoroso
Que derrumbará bien pronto
Ese saco henchido de fango de maldad de injusticia
Arrastrando consigo vuestro trasero y vientre
Vuestra triste persona que mancha el aire
El aire limpio y justo
Donde hoy nos levantamos
Contra vosotros todos
Contra vuestra moral contra vuestras leyes
Contra vuestra sociedad contra vuestro dios
Contra vosotros mismos vientres sentados (I, 713 s.)
Los vientres sentados españoles triunfaron en 1934, y lanzaron a sus militares contra el pueblo, con escenas criminales en Asturias, que destrozaron el ánimo de Cernuda. En unos apuntes redactados en 1934 y 1935, sin llegar a ser estrictamente un diario, dejó constancia de su rechazo a Lerroux y a la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA):
Madrid, 5 octubre [1934]
Huelga general. Gobierno Lerroux—CEDA. […]
Huelga, huelga. Pocas veces he tenido un disgusto, una preocupación colectiva como anoche. Qué asco, qué vergüenza que haya podido formarse semejante engendro de gobierno. (III, 761.)
Quedan reflejados estos sentimientos, como era obligado, en Donde habite el olvido, libro desolador publicado en 1934, en donde se presenta a los seres humanos encerrados dentro de un “invisible muro” (poema XV), sin comunicación posible, en un universo de mentiras descrito en el poema final. Por entonces también redactaba las Invocaciones a las gracias del mundo, libro no editado aparte, que termina con un “Himno a la tristeza” en oposición a la apoteosis culminante en la Novena sinfonía de Beethoven. Le quedaban todavía las esperanzas puestas en la Revolución Soviética.
Con el pueblo en armas
Al comenzar el año 1936 pareció que la situación social se volvía favorable para España y para Cernuda. El 16 de febrero ganó las elecciones legislativas el Frente Popular, que devolvió el poder político al pueblo, y el 1 de abril se acababa de imprimir La realidad y el deseo, recopilación de sus poemas, lo que motivó que el día 21 se le ofreciera un homenaje público. El 10 de mayo era elegido presidente de la República Manuel Azaña, lo que auguraba un período de tranquilidad social.
Las buenas perspectivas se terminaron bruscamente el 17 de julio, al sublevarse en Marruecos los militares monárquicos, acción repetida al día siguiente en España. Al encontrarse empleado en la Embajada de la República en París, como secretario del embajador Álvaro de Albornoz, hubiera podido Cernuda quedarse allí a salvo de los peligros de la guerra, pero no dudó en dónde estaba su puesto, junto al pueblo combatiente, así que regresó a Madrid. La revista El Mono Azul insertó en su número 6, del 1 de octubre, una nota titulada “Luis Cernuda, en Madrid”, con este texto:
Ha vuelto de París Luis Cernuda. Viene cuando algunos se van. Doblemente nos alegra, por eso, su llegada. Por tenerle de nuevo al lado nuestro, con nosotros.
El puro poeta, auténtico escritor de la más pura calidad de inteligencia, no podía vacilar al elegir su sitio. Con el pueblo, con Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Rafael Alberti, con la verdad.
La llegada de Luis Cernuda ha sido acogida por todos con alborozo.
Se alistó de inmediato en las Milicias Populares de la República, y fue destinado a la sierra de Guadarrama para defender a Madrid del asedio faccioso. Contó Arturo Serrano Plaja, su compañero en aquellas aventuras, heroicas por tratarse de poetas que ignoraban el manejo de las armas, que llevaba por todo equipaje un fusil y un libro de poemas de Hölderlin. Fueron asiduas sus emisiones radiofónicas a favor de la causa popular, colaboró en las revistas leales, como Nueva Cultura, Hora de España y El Mono Azul, además de firmar manifiestos contra la agresión nazifascista contra la República, y participó en el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas. Los poemas de esos años pasaron a formar el libro Las nubes, editado en 1943 en Buenos Aires, sin su autorización, según declaró.
El poeta es un revolucionario
La situación bélica le obligó a plantearse el papel que debe desempeñar un poeta en esa circunstancia anómala. En junio de 1937 apareció en el número VI de la excelente revista republicana Hora de España una colaboración en prosa de Cernuda, titulada “Líneas sobre los poetas y para los poetas en los días actuales”. Pese a la limitación temporal impuesta por el título, es una reflexión que debe ser proyectada al polémico lugar reservado para los poetas en la sociedad, si los filósofos se lo permiten:
El poeta es fatalmente un revolucionario, y estas palabras aquí dichas son repetición de otras escritas hace unos años; un revolucionario con plena conciencia de su responsabilidad. Rigor en su trabajo y disciplina en su actitud; esto aprendieron los actuales líricos españoles de sus maestros en poesía a través de los siglos. (III, 121.)
Desde ese convencimiento nacieron los poemas integrados en Las nubes, en momentos de angustia y abatimiento, por lo que en ellos se suele alternar el tono esperanzado con la convicción de la derrota. Todo el mundo sabía, incluidos los gobernantes de los países considerados democráticos, que en España se enfrentaba el pueblo contra los militares y el armamento de la Alemania nazi, la Italia fascista y el Portugal ultraconservador, bendecidos y remunerados con el dinero servido por el llamado Estado Vaticano. Los poetas revolucionarios unidos al pueblo del que formaban parte, se enfrentaron entonces a los mercaderes, como se explica en “Lamento y esperanza”:
Y en la revolución pensábamos: un mar
Cuya ira azul tragase tanta fría miseria. […]
Un continente de mercaderes y de histriones,
Al acecho de este loco país, está esperando
Que vencido se hunda, solo ante su destino,
Para arrancar jirones de su esplendor antiguo. (I, 268.)
No hace falta decir que el “loco país” es el nuestro, condenado por un destino trágico a deshacerse en las peores empresas, bajo la dirección de unos reyes tan fanáticos como imbéciles, según demuestra la historia. En “este loco país” los revolucionarios están siempre condenados a morir en el tormento o en el exilio.
Destino de un español leal
El 14 de febrero de 1938 salió de España, contratado para dictar unas conferencias en Londres, con las que pensaba apoyar a la causa leal, dada la declarada hostilidad que profesaba el Reino Unido de la Gran Bretaña a la República Española, debido a las recomendaciones de la exreina a sus parientes. Pensaba regresar, pero la evolución de la guerra le disuadió de hacerlo, obligándole a integrarse en la llamada España peregrina.
Desde entonces su poesía estuvo marcada por el exilio, inevitable para un español ansioso de vivir en libertad, y ha de ser calificada como política. Escribió en la elegía por Federico García Lorca, asesinado por los militares rebeldes, que es triste ser español cuando se posee “algún don ilustre”, porque la miseria de sus conciudadanos le arroja “El insulto, la mofa, el recelo profundo” (I, 255). Otro poema dedicado a Larra asegura que “Escribir en España no es llorar, es morir”, por el mismo motivo (I, 267).
En una reunión mantenida en Londres alguien habló de España, pero otro advirtió que esa palabra sólo significaba “Un nombre. / España ha muerto” (I, 295.) Termina el libro con esta confesión: “Mucho enseña el destierro de nuestra propia tierra. / ¿Qué saben de ella quienes la gobiernan?” (I, 313 s.)
A su libro siguiente, Como quien espera el alba (1947) le incorporó algunos poemas de motivación religiosa, aunque más cercana a lo demoníaco que a lo divino. Al mismo tiempo meditaba sobre la misión del poeta en un mundo que lo ignora, cuando no lo desprecia.
Tal vez por ese convencimiento Cernuda no padeció el dolor del exilio que tanto daño causó a otros, hasta la muerte. Le disgustaron los lugares en los que se vio forzado a residir, por su clima y por sus gentes, pero no echaba de menos a la patria ni a la tierra natal. Lo manifestó así en varias ocasiones; por recordar la más significativa seguramente, en la “Presentación a una lectura poética”, texto leído ante la radio de Londres el 4 de marzo de 1946, donde protestó de que se le achacase sentirse dolorido por hallarse en el exilio obligado de su patria encarcelada:
En alguna de las referencias que acerca de mi trabajo he visto hechas en España ahora, se da por supuesta la resonancia en mí del dolor de la separación. No creo yo que tal dolor exista. Pasemos toda alusión a aquello que motiva mi alejamiento de España, porque de hacerla, entonces ciertamente habrían de aparecer resonancias dolorosas. Mas en la separación misma, yo no encuentro nada doloroso. (III, 769.)
Repárese en la declaración de que sí le proporcionaba dolor el triunfo de los militares monárquicos rebeldes, pero no el que debido a ese motivo tuviera él que permanecer fuera de España. La visión realista poseída por Cernuda de su patria y de sus conciudadanos le impelía al desprecio. España en este contexto no es el territorio físico, sino la parte preponderante de la gente que la puebla.
Está claro que durante esos años en los que formó parte de la España peregrina, como tantos intelectuales españoles, y desde luego los mejores, Cernuda alcanzó su más acertada expresión lírica. Los terribles sucesos de los que tuvo noticia primero durante la guerra española, y después en la mundial, depuraron su expresión al máximo, pero no para convertirle en un poeta puro, sino para hacerle un poeta comprometido con la Revolución.
Desde octubre de 1947 a octubre de 1952 fue profesor de literatura española en Massachusetts, con enorme desgana, porque le disgustaban el trabajo, el clima, los alumnos, los profesores y el país. Así se comprende el título impuesto al poemario compuesto por entonces, Vivir sin estar viviendo, porque en los Estados Unidos de Norteamérica no se vive, sino que se espera la muerte cada día.
Mantener la fe
Para escapar de la opresión de aquel malvivir hizo viajes a Cuba y a México, y en 1952 decidió perder la buena situación económica de que gozaba, y abandonar un país que le desagradaba tanto como su patria encarcelada. Al cruzar la frontera con México sintió la alegría de un pueblo que sabe vivir y lo hace bien, así que lo eligió como patria de adopción, en la que murió. No se elige el lugar del nacimiento, pero sí es posible escoger el de la muerte.
Es un asunto de importancia en sus últimos poemas. Tituló significativamente Con las horas contadas un poemario iniciado en noviembre de 1950, en momentos depresivos que le hacían suponer próximo el fin de su vida. Merece leerse con atención una copla, titulada “Soledades”, que resume su opinión sobre los lectores de su poesía:
¿Para qué dejas tus versos,
Por muy poco que ellos valgan,
A gente que vale menos? (I, 464.)
A pesar de ello continuó escribiéndolos, y en noviembre de 1962, justamente un año antes de su muerte, vio la luz su último libro, Desolación de la Quimera, al cumplir los 60 años de su edad. Aunque no le gustase su patria obligada, o precisamente por ello, sigue estando presente en esos poemas finales. Uno de los más importantes, titulado simplemente con las cifras de “1936”, el año de la sublevación militar, relata su conversación con un antiguo miembro de la Brigada Lincoln, que vino a combatir junto al pueblo español. Hablándose a sí mismo se decía Cernuda:
Por eso otra vez hoy la causa te aparece
Como en aquellos días:
Noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
A través de los años, la derrota,
Cuando todo parece traicionarla.
Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa. (I, 545.)
La fe del antiguo brigadista es la misma que sintió él por la República, desde el día en que celebró su proclamación hasta aquellos finales de su vida en la patria de adopción. Desde luego, Cernuda nunca hubiera escogido España como patria, en el hipotético supuesto de poder hacerlo.
Así lo demuestra el poema final del libro, “A sus paisanos”, un rechazo de su españolidad forzada, y una queja por tener que utilizar el español como idioma porque “Criado estuve en ella y, por eso, es la mía, / A mi pesar quizá, bien fatalmente” (I, 547). No quería comunicarse en el mismo idioma utilizado por los vencedores para ensalzar a su dios y a su dictadorísimo, de los que Cernuda renegaba y les dejaba toda la patria para ellos solos. Esa fe lo convierte en un gran patriota, no por pertenecer a un país determinado, sino por aceptar el ideario republicano como norma general de vida. Lo comprobamos al celebrar los 121 años de su nacimiento en un lugar equivocado que nunca le gustó.
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