Collages. Berenice, perjura contra su pueblo

Collages. Berenice, perjura contra su pueblo

Por Nònimo Lustre.

Esta serie de 30 collages con sendos textos explicativos versa sobre los protagonistas de la Historia eurocéntrica convencional -los césares, cleopatras, penélopes, etc. Pero no para abundar en su excepcionalidad, atractivo y estrella sino para todo lo contrario: para demostrar que los archivos históricos menos consultados guardan las verdaderas peripecias de estos ‘famosos’ -justamente, las que echan por tierra su carisma y lo reducen a la propaganda de los Palacios perpetuada a través de los siglos. Es decir, no son ídolos con pies de barro: simplemente, son monigotes de lodo y plástico.

En esta segunda entrega de 15 collages sobre la mujer occidental ‘casi libre’, queremos recapitular brevemente sobre los 15 collages anteriores. Dos inclusiones extemporáneas nos irritaron en grado sumo: a) la del absurdo y anacrónico Amor entendido como comodín para explicar los más ignotos y complejos procesos históricos. b) las acusaciones fisiológicas de ninfomanía que tiñen las biografías de reinas y emperatrices.

Huelga añadir que, situando los collages en épocas lejanas, no nos referimos al amor romántico -inventado en el siglo XIX-, ni al amor originado en el botín, ni tampoco se lo adjudicaremos a una suerte de rey Midas -que todo lo convertía en oro- sino más bien tendríamos que acuñar un nuevo concepto del midaísmo pues los agentes decisivos de aquellos años fueron psicópatas que todo lo bello lo convertían en excretas, coprolitos y mierda fétida. Como varias veces hemos repetido con fruición, las cortesanías son ansí.

Berenice, perjura contra su pueblo

Berenice de Cilicia (28-¿), princesa judía. Arriba, drcha, oculto tras las cortinas, Claudio es descubierto por los pretorianos que le proclamarán emperador -vodevil imperial en pintura de Alma-Tadema. Abajo, drcha., en Berenice, la tragedia de Jean Racine, los dos amantes se despiden para siempre -grabado coloreado. Centro: Berenice coloreada, según la obra de Racine. Grabado de 1850, Biblioteca de Artes Decorativas, París.

Como viene sucediendo a lo largo de estas 30 historias de Mujeres (casi) libres, toda la historiografía sobre Berenice fue propalada por sus enemigos -desde Flavio Josefo hasta Suetonio y los Hechos de los Apóstoles. Afortunadamente, al costado de estos tergiversadores profesionales, infinidad de artistas se interesaron en su biografía. Documentalmente hablando, sus obras no serán demasiado rigurosas pero son más verosímiles y menos embusteras que las académicas -además de ser más perspicaces y sabrosonas.

Durante el mando del emperador Nerón (ca. 64), en la antigua Palestina, los judíos fueron discriminados en favor de la población griega. Los palestinos –philistin, fedayin o hebreos-, se sublevaron por primera vez en el año 66 y, al año siguiente, se alzaron de nuevo siendo definitivamente derrotados. Entonces, Nerón ordenó a sus mariscales (Vespasiano, Tito) que aplastaran las protestas a sangre y fuego. Varias Legiones llegaron a Judea con sesenta mil soldados profesionales -¿cifra real?. Y, en 69, Roma invadió Jerusalén. Esta Primera Intifada, acabó en el año 70 con la destrucción del Segundo Templo y con el saqueo de Jerusalén -un millón de muertos (cifra exagerada) y 100.000 esclavos.

¿Qué hizo Berenice en estas dos sublevaciones?: viendo que el pueblo llano había asaltado su palacio, se refugió… en el campamento de los Invasores romanos. De ahora en adelante, se obsesionó con llegar a emperatriz de Roma -nunca lo consiguió. Sin embargo, la fantasía de las fuentes no-siempre-primarias introduce en su peripecia un elemento absurdo: incrusta en la lucha dinástica ¡el amor! que (dicen) siente por Tito. Pocas veces hemos visto en la Historia Antigua un elemento más arbitrario. Un amor cortesano (¿eso existe?) tan incongruente como aquella copla española de “ese toro enamorado de la luna / que abandona por la noche la maná”.

Tito permaneció en Palestina para exterminar a los últimos puñados de rebeldes. Una vez aniquilados, volvió a Roma mientras que Berenice permaneció en Judea. Según las fuentes primarias -casi siempre secundarias, terciarias, etc-, el pueblo romano dizque percibió a esta reina oriental como una peligrosa molestia. Cuando la pareja César Tito/reina Berenice fue denunciada en el teatro por los Cínicos, el emperador Tito la deportó de Roma obligándole a regresar a Palestina. Berenice desapareció de la Historia… hasta que Racine la rescató en el mugriento altar del Amor.

La Cabellera de Berenice, una constelación judía. Es fama que, cuando Berenice fue la esposa del rey Ptolomeo II de Egipto, este rey invadió Siria por un quítame allá unas pajas familiares. Harta de esperar el regreso del guerrero, visitó el templo de Afrodita prometiendo ante la Diosa que, si su marido regresaba vivo y vencedor, ella sacrificaría su hermosa melena. Así fue: Ptolomeo regresó victorioso y ella ofreció en sacrificio su exquisita pelambre. Pero, prosigue cuenta la leyenda que, esa misma noche, alguien robó aquellas hermosas guedejas.

Se (mal)dice que el pueblo romano detestaba a Berenice por dos razones: porque era una reina oriental y porque vivía incestuosamente con su hermano y rey Agripa. Ninguno de estos postizos historiográficos tiene el menor sentido: las reinas orientales eran frecuentes -los Césares eran elegidos por sus mílites estando en campaña por tierras exóticas. Y, finalmente, el matrimonio entre parientes de primer grado era público en el (reciente) Antiguo Egipto y apenas clandestino en las cortesanías palaciegas del Mediterráneo.

Además de femme fatale, Berenice ha sido etiquetada como la proto-Cleopatra. Incrustar extemporáneamente el amor como clave y catalizador de los procesos históricos nunca fue buena idea -y menos en los palacios imperiales.

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