León Felipe el poeta maldito
Por Arturo del Villar*. LQSomos
Aparecen estos poetas cuando hay que condenar al Gran Conserje Pedro, con toda su procesión de mascarones, cuando ya no queda nada firme bajo los pies del hombre…
Desde que Paul Verlaine publicó en 1884 el ensayo sobre seis poetas franceses contemporáneos, incluido él mismo, con el título de Les Poètes maudits, se generalizó el calificativo de malditos para los poetas evadidos de las reglas comunes seguidas por la sociedad.
León Felipe se autoconsideró un maldito debido a su situación de desarraigo social en que le había colocado el exilio de su patria traicionada por unos militares sublevados contra el sistema constitucional aprobado por la mayoría del pueblo español. Expuso su carácter en el poema así titulado, “El poeta maldito”, incluido en la Antología rota (1920—1947) publicada en Buenos Aires en 1947 en la colección Pleamar de la editorial Losada, y desde su segunda edición en 1957 reeditada varias veces en la popular Biblioteca Contemporánea.
Según el proyecto del autor, el poema pertenecía a un libro que debía tener el mismo título, pero que no llegó a publicar. Se le puede considerar una exposición del sentimiento religioso mantenido por los republicanos derrotados por los militares monárquicos sublevados en 1936, en una guerra promovida por ellos, en la que vencieron con el auxilio muy eficaz de la Alemania nazi, la Italia fascista, el Portugal salazarista y el Vaticano fundamentalista.
El poeta maldito queda descrito en el poema. Con una caprichosa utilización de las letras mayúsculas inusual en castellano, y un exceso de puntos suspensivos, diferenciaba León Felipe al poeta prometeico, que “viene a dar testimonio de la Luz”, y al poeta maldito, que viene “a dar testimonio de la Sombra”. En aquellos tiempos sombríos para la “España peregrina”, como decía el título acertado de la gran revista literaria editada por los exiliados, el poeta maldito necesitaba gritar al mundo el testimonio de su experiencia en la guerra librada en España, en donde se enfrentaron dos facciones, la republicana leal situada en la luz, y la sombría nazifascista enemiga de la libertad.
La Iglesia Combatiente
Para comprender el papel del poeta maldito hay que compararlo con el de la Iglesia catolicorromana en relación con la República y la guerra provocada por los militares monárquicos sublevados. Adopta la iconografía tradicional, que considera al apóstol Pedro el portero del reino de los cielos, porque Jesucristo le confió sus llaves, representado por eso con un par de gruesas llaves en las manos. A los poetas malditos no les resulta grata esta figura de guardián del imaginado paraíso celestial, según explica León Felipe:
Aparecen estos poetas cuando hay que condenar al Gran Conserje Pedro, con toda su procesión de mascarones, cuando ya no queda nada firme bajo los pies del hombre…
Lo único bueno que tuvo la guerra sufrida en España, fue que impulsó a los poetas a combatir utilizando su arma de paz más poderosa, la escritura, con la intención de animar a quienes luchaban con las armas de fuego. Junto a los poetas españoles se situaron en esa frontera cultural los llegados de otros países para alistarse en las Brigadas Internacionales, a defender las libertades de los pueblos frente al nazifascismo.
La República Española había estado firmemente asentada por decisión mayoritaria del pueblo, desde que el despreciado rey Alfonso XIII de Borbón huyó apresuradamente de su palacio el 14 de abril de 1931, ante el temor de correr la misma suerte que otros tiranos, como el zar Nicolás II de todas las Rusias en 1917. Es verdad que en su interior ya estaban actuando las fuerzas reaccionarias para destruirla: se confabularon los antes llamados nobles, los terratenientes, los militares ascendidos por el monarca, y los eclesiásticos inquietos por la pérdida de sus privilegios seculares mantenidos hasta entonces, cuando la religión catolicorromana era reconocida como oficial del reino en las sucesivas constituciones.
Al frente de la conspiración se puso el cardenal Pedro Segura, arzobispo de Toledo y primado de las Españas, con tanto odio que debió ser expulsado por orden del ministro de la Gobernación, que lo era el fanático catolicorromano Miguel Maura, y se exilió en el Vaticano, desde donde continuó la campaña contra la República. Por recomendación suya fue designado arzobispo de Toledo Isidro Gomá y Tomás, que compartía sus mismas ideas y el mismo empeño por restaurar la monarquía.
Una cruzada modernizada
Hizo su entrada solemne en la ciudad el 2 de julio de 1933, y diez días después publicó en el Boletín Eclesiástico del Arzobispado de Toledo la primera carta pastoral dirigida a sus nuevos fieles, titulada “Horas graves”. Los obispos denominan pastorales a sus cartas, por considerarse pastores del rebaño de mansas ovejas y candorosos corderos a los que conducen al matadero espiritual con sus predicaciones violentas.
Esa carta resulta histórica, porque convoca por primera vez a los catolicorromanos a una cruzada contra la República. Tomó como pretexto la Ley Relativa a Confesiones y Congregaciones, aprobada por las Cortes el 17 de mayo y promulgada el 2 de junio, que limitaba los omnímodos poderes seculares de la Iglesia en España, pero no atacaba en ningún sentido a las libertades de conciencia y de culto público y privado. No obstante, Gomá se encolerizó, su estado más natural, e invitó a la Acción Católica a intervenir activamente en la política nacional, contra la República legítimamente instaurada por la voluntad popular, y se atrevía a hacer una llamada a la sublevación: “Es la verdadera ‘Cruzada’ de los tiempos modernos, porque en ella pueden alistarse todos los hijos de la Cruz.” Por supuesto, él se ponía al frente de la mesnada romanista para exterminar a los infieles, que en 1933 eran los republicanos.
La República se había implantado sin ningún enfrentamiento, no se disparó un solo tiro, sino que la alegría se adueñó de las conciencias y de los actos. La tierra española no era aún el paraíso anunciado en el canto de La internacional, pero todos los republicanos trabajaban para mejorar la situación social. Por su parte, los eclesiásticos predicaban la insumisión violenta a sus fieles, lo que originó enfrentamientos y asesinatos callejeros, para desacreditar al nuevo régimen.
El infierno en la Tierra
La convivencia se deterioró, y en algunos momentos la sociedad pareció estar pasando una temporada en el infierno, por decirlo con un título de Rimbaud, el poeta maldito que hizo literatura de su vida. En tales circunstancias adversas escribió León Felipe que el poeta maldito cumple la misión de dar testimonio de la sombra, cuando le corresponde habitar en un tiempo sombrío. Era lo que sucedía en España a causa de los monárquicos, los fascistas y los catolicorromanos, unidos voluntariamente en el propósito de terminar con la República:
Es el mismo poeta prometeico. Se le llama así… cuando se acerca a los infiernos… porque la línea inquebrantable y monótona de sus versos que es siempre la resultante de la voluntad humana y del empuje del Viento y que no se doblega ni se tuerce… tiene que pasar fatalmente… por el centro mismo del infierno como el eje de la Tierra.
Entonces, sus versos toman unas formas extrañas y blasfematorias.
Los versos o las prosas empleadas por León Felipe, a quien condujeron al infierno las fuerzas reaccionarias arengadas y bendecidas por Isidro Gomá, ascendido el 16 de diciembre de 1935 al rango de cardenal de la Iglesia catolicorromana, por sus incitaciones nada evangélicas a la guerra. Tras la victoria del Frente Popular el 16 de febrero de 1936, arreció en su campaña antirrepublicana, y el 10 de marzo hizo imprimir en el Boletín Eclesiástico otra pastoral, convocando a los sacerdotes a una “generosa cruzada de evangelización”.
Ante la incomprensible tolerancia del Gobierno, los clérigos arreciaron en sus incitaciones a la rebelión, hasta conseguir que los militares monárquicos se sublevaran el 17 de julio en Marruecos, y al día siguiente en España. A los exgenerales rebeldes les gustó mucho la definición de cruzada para su traición, de acuerdo con la propuesta de Gomá, y la oficializaron para justificarse, contando siempre con las bendiciones eclesiásticas correspondientes.
El 30 de setiembre apareció en el Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional de España un decreto firmado el día anterior por los junteros burgaleses, en el que se nombraba al exgeneral Franco jefe del Gobierno del Estado Español y generalísimo de las fuerzas sublevadas de tierra, mar y aire, además de conferirle el cargo de general jefe de los ejércitos de operaciones. Se apresuró Gomá a enviarle su bendición, haciendo votos por su victoria contra el pueblo español agredido. Y no se contentó con mandarle bendiciones, sino que se las echó personalmente, al entrevistarse con él en Salamanca el día 26, para coordinar la conjunción militar–religiosa a favor de la cruzada.
Por consiguiente, la Iglesia catolicorromana fue beligerante al unirse a los militares rebeldes, a los grupos ultraderechistas y a las fuerzas armadas nazifascistas europeas en su lucha contra el pueblo español. En consecuencia, no puede lamentarse de que se produjeran muertes en sus filas, porque eso es normal en una guerra. Y la Iglesia catolicorromana se declaró en guerra contra la República Española.
Reparto de Dios
El primado continuó atendiendo frenéticamente a la difusión de sus teorías en el extranjero, por saber que debía disfrazar la verdad de la situación española, para consolidar los avances bélicos de los rebeldes y sus patrocinadores. Su argumento consistía en repetir que ellos eran los defensores de la fe verdadera, la suya, mientras que sus enemigos eran los sin—Dios. Los creyentes que compartían su fe debían alinearse con ellos en la cruzada. A León Felipe le indignó esta actitud de la Iglesia catolicorromana, encuadrada en el ejército rebelde, por lo que expresó su repulsa con palabras de condena, en el mismo tono de los sublevados:
La verdad es… que cuando Franco, el sapo iscariote y ladrón, con su gran escuadrón de cardenales y banqueros se atrevió a decir que la guerra de España era una “cruzada religiosa” y que Dios estaba con ellos… al poeta le entraron unas ganas irrefrenables de blasfemar.
Porque fue aquella la Gran Bufonada teológica donde los gangsters y los clowns del mundo se repartieron a Dios, como se habían repartido la ambición, la trilita y las plumas estilográficas para escribir las leyes y el Decálogo del mundo venidero: […]
Esos epítetos de “sapo iscariote y ladrón” los repitió en otros poemas. No podía tolerar que los militares monárquicos se apoderasen de Dios para su exclusiva utilización, como el dios de las batallas del Antiguo testamento. La proclamación de cruzada religiosa resultaba beneficiosa para los sublevados, de manera que la usaban en su provecho, con la complacencia de sus aliados los jerarcas catolicorromanos.
Fue costumbre durante toda la contienda, cada vez que se conquistaba una capital de provincia, celebrar una función religiosa en la catedral, con el cántico del Te Deum. Oficiaba el obispo, y asistían el clero diocesano, los militares vencedores, y seglares variados. A continuación se celebraba un desfile militar, presidido por el obispo. Se consideraban protegidos en su lucha por su dios sediento de sangre enemiga.
Los republicanos sin—Dios
Puesto que los obispos denominaron colectivamente a los republicanos “los sin—Dios”, León Felipe se consideró en el derecho y el deber de blasfemar contra ese dios de los sublevados, que contemplaba satisfecho cómo su bando protegido exterminaba a miles de españoles fieles a la República. Lo manifestó con rabia en el poema que comentamos:
Todos los espías, todos los traficantes de pólvora y todos los canallas del mundo llevaban a Dios en el bolsillo.
Todos tenían su Dios… ¡Todos!
El escarnio y la ignominia…
el crimen…
la cobardía y la injusticia.
¡Las babas y la Sombra!
¡Sólo los republicanos españoles no teníamos Dios!
Así lo decretaron Gomá y sus tropas combatientes. Así será, pues, y los republicanos desde entonces no podemos aceptar al dios de la secta catolicorromana, que se regodea con la violencia y el crimen. Si no hay más que un Dios, como asegura la Biblia, ese libro causante de tantas muertes en la hoguera por traducirlo, imprimirlo o leerlo en las lenguas vulgares, debido al celo inquisitorial catolicorromano, es indudable que no puede ser el de esa secta criminal extendida sobre un mar de sangre.
En el exilio compuso León Felipe la mayor parte de su obra, y en el poema que estamos comentando, “El poeta maldito”, dejó constancia de la risa provocada por la declaración de cruzada en el siglo XX para una rebelión militar contra un pueblo pacífico y feliz:
Fue la época trágica y grotesca de la blasfemia y de la risa. El poeta blasfemó contra todos aquellos dioses y se rió hasta el espasmo contagioso… ¡Nos reímos mucho todos! ¡Hubo un coro de risas siderales!
Dios… el Dios antiguo y paternal, que se sienta bonachón en una nube… se rió… hasta desmandibularse…
El Dios viejo y abstracto que asoma su ojo vigilante por el triángulo metafísico se rió también…
Y a Cristo en la cruz la hiel se le hizo más amarga… y se rió con amargura y con sarcasmo.
El único que no se rió fue el ídolo de los vencedores, al que entronizaron como el único verdadero dios en sus leyes ilegales. El ídolo del nazionalcatolicismo continuó acumulando odio y venganza contra sus enemigos, mientras León Felipe lo denunciaba desde su exilio americano de español libre del éxodo y el llanto. Su voz resuena todavía, clamando contra la mentira institucionalizada, como una advertencia de lo que es capaz de organizar la secta catolicorromana para perpetuar sus privilegios. Escuchémosla, que está muy bien escrita.
* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio
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