Referéndum en Grecia: la democracia contra las urnas
Diego Farpón. LQSomos. Julio 2015
El carácter de clase de las organizaciones y de sus direcciones, así como sus estructuras, marcan los límites objetivos de las mismas. Quienes son capaces de observar el carácter de clase que opera sobre una organización no caen en falsas ilusiones ni se dejan engañar por las apariencias. Por eso, algunas, desde el primer momento, denunciamos que Syriza era incapaz de llevar a cabo las tareas para las cuales el pueblo griego le había votado, contrariamente a lo que hicieron las masas e incluso la militancia de las organizaciones de izquierda, que se ilusionaron enormemente.
La situación, compleja, hizo que se nos acusase de defender al KKE: siempre lo desmentimos, nuestras posturas tampoco eran las del KKE. La postura de las comunistas griegas ante el referéndum nos demostró que no estábamos equivocadas: Syriza no era nuestro referente, pero tampoco el KKE. Nuestro único referente en Grecia era la clase trabajadora, organizada y movilizada y, lamentablemente, sin organización política que representase sus intereses de clase. En su día, en foros y en conversaciones, también situamos que no se trataba de construir un movimiento de apoyo a un partido político, sino de construir un movimiento de apoyo a la clase trabajadora griega: se trataba de establecer una alianza entre la clase trabajadora española con la clase trabajadora griega. Ese era nuestro planteamiento, al tiempo que situábamos la necesidad de construir una alianza, no como se decía -o al menos no solamente-, entre países del sur: se trataba de una alianza, muy necesaria, entre la clase trabajadora de nuestros países y la clase trabajadora alemana y francesa, la que lucha, desde el epicentro, contra la maquinaria de la fracción del capital hegemónico en Europa -lo cual, evidentemente, no excluía sumar a la clase trabajadora de los países del sur ni del resto de Europa.
El referéndum muestra, una vez más, lo acertado de nuestras posiciones teóricas, y evidencia, también, la degradación del movimiento popular en la medida en que no tiene dirección política revolucionaria y carece de planteamientos de ruptura con el capitalismo.
Desde sus inicios, el gobierno de Syriza, sin mujeres, se mostraba como continuador de las políticas patriarcales. Si la revolución será feminista o no será, desde luego, Syriza demostró sin dejar espacio para la duda que no habría ninguna revolución. Además, las primeras negociaciones y la no ruptura con las políticas del capitalismo mostraron que ahí tampoco iban a ofrecer ningún cambio.
No obstante, masas y militancia pedían apoyo para el gobierno griego frente a las posiciones de la Unión Europea. Para nosotras, como dijimos, se trataba de superar al gobierno y de constituir un movimiento popular fuera de lo institucional. Caracterizamos las instituciones de los actuales estados como instituciones de la burguesía, como poder burgués, y señalamos que son irreformables. Por lo tanto, desde ellas es imposible luchar contra el poder burgués: es necesario derrocarlas y construir las instituciones de la clase trabajadora.
Desde nuestra perspectiva, el KKE cometió, entonces, un error táctico de profundo calado: en lugar de formar parte del gobierno de Syriza prefirió quedarse al margen. Error, señalamos, porque la revolución –el proceso revolucionario- es una superación de contradicciones. No habrá revolución pura. Entonces opinábamos que la postura revolucionaria era entrar en las instituciones: demostrar a la clase trabajadora griega los límites objetivos de las instituciones así como denunciar todo aquello que, pasando lo políticamente responsable, Syriza no iba a poder asumir, para de esa forma denunciar el carácter continuista de las organizaciones reformistas.
Ya hemos señalado que el carácter de las instituciones burguesas es irreformable: ¿entonces por qué creíamos que el KKE debía estar en el gobierno con Syriza? Porque el pueblo griego había hecho un gran esfuerzo para acabar con los antiguos partidos del Régimen y su subjetividad era la de la posibilidad de la transformación mediante el cambio del partido político en el poder: la dirección revolucionaria tenía que actuar sobre la subjetividad de las masas, y esa era la forma de hacerlo. Lo contrario, quedarse al margen, era despreciar el esfuerzo del pueblo, y la organización revolucionaria debe caminar junto al pueblo, fundirse con el pueblo: no es nada distinto, y si no aprecia los esfuerzos del pueblo es incapaz de serle útil.
Además, teníamos muy claro que Syriza, como organización reformista, no podía tardar en claudicar: la coyuntura de crisis orgánica del capital limita extremadamente el campo de maniobras del reformismo. Sería, entonces, una nueva oportunidad del KKE para denunciar al gobierno y hacerlo caer –una vez se mostró ineficaz en el periodo 2010-2012-: una oportunidad para desestabilizar las instituciones de la burguesía.
Y es que la crisis revolucionaria requiere de la crisis no sólo de los partidos del Régimen, de los antiguos representantes de la burguesía, algo que ya había ocurrido: requiere también de la crisis de las instituciones, de su pérdida de legitimidad y del combate por superarlas. Conjuntamente con la denuncia de la incapacidad de Syriza para construir un proyecto para la mayoría griega era el momento de denunciar las propias instituciones burguesas: el KKE podía haber denunciado su incapacidad para servir a la mayoría social. Pasada la coyuntura prerrevolucionaria de 2010-2012 el KKE tenía una nueva oportunidad para constituirse en dirección revolucionaria y lanzar a las masas contra las instituciones de la burguesía y las organizaciones reformistas e intentar, de nuevo, elevar la capacidad de movilización del movimiento popular para que luchase por su emancipación.
El KKE prefirió, nuevamente, situarse al margen, olvidando que más allá de los cuadros las masas sólo aprenden mediante la experiencia. El KKE renunció a la esencia de la lucha de clases: a la praxis, a la constitución de una clase trabajadora para sí, que recuperase las luchas del 2010-2012 y elevase el grado de conciencia política frente a quienes, aparentemente, son los amigos del pueblo. El KKE ha demostrado, reiteradamente, una profunda desconfianza para con la clase trabajadora y su capacidad para transformar la sociedad. Y la revolución es un acto democrático que sólo puede ser obra de la clase trabajadora: ni Syriza ni el KKE pueden ser sus salvadores.
En esa misma línea, el KKE se ha negado a elevar la luchar con la clase trabajadora: se negó a movilizar a las/os trabajadores de los astilleros frente a las exigencias de la Troika de privatizar las infraestructuras portuarias de Grecia argumentando que su esfuerzo –del KKE y su sindicato convocando y de la clase trabajadora movilizándose- reforzaría a Syriza. El KKE fue incapaz, entonces, de comprender que sólo la lucha popular, la lucha de las masas, es lo que puede detener a la Troika y comenzar un proceso de transformación social que, inevitablemente, pasaría también por superar a la propia Syriza, que se hizo con el gobierno de Grecia en un momento de retroceso de la movilización popular. Por otro lado, hace unas semanas el KKE se abstuvo ante una ley propuesta por Syriza para que las/os hijas/os de los inmigrantes tuviesen la nacionalidad griega: ejemplificadora postura que muestra que el KKE ha puesto por delante de los intereses del pueblo griego su combate y enfrentamiento contra Syriza.
Cuando Tsipras anunció el referéndum denunciamos que, paradójicamente, el referéndum era la negación de la democracia y la muerte de Syriza. El KKE tenía una nueva oportunidad. Pero el fascismo también podía tenerla. Esto tampoco lo entendieron nuestras compañeras: era el pueblo soberano quien iba a elegir, ¿cómo podíamos estar contra el referéndum?
A nuestro modo de ver el referéndum, en sí, era un callejón sin salida: la primera opción era que se perdiese el referéndum, lo cual suponía la claudicación del pueblo griego. El reformismo quedaría dañado de muerte y tendría que convocar elecciones anticipadas: mientras en Bruselas parloteaban contra la Troika en Grecia el pueblo se sometía. Era, pues, una oportunidad también para el fascismo griego: posicionarse como elemento de ruptura frente a la mayoría social que aceptase en el plano electoral el sometimiento. Además: ¿cómo se puede, electoralmente y mediante el referéndum, darle al pueblo la opción de humillarse? A Syriza nadie la había votado para que montase referéndums, a Syriza la habían votado para algo que no podía hacer: defender contra el capital al pueblo griego.
Por otro lado, la segunda opción, y la que a la postre ocurriría, era la victoria del “no” en el referéndum. Pero era, y como se ha demostrado, es, algo puramente simbólico: la ley del valor no va a dejar de operar en Grecia porque las urnas digan que el pueblo está contra las medidas de la Troika. Entonces la población vería la falsa de la democracia burguesa, y Syriza no podría cumplir, como no ha podido, las expectativas del pueblo.
Esta aparecía, pues, para el KKE como una nueva oportunidad, como organización revolucionaria, de organizar a las amplias masas contra el referéndum, no porque este pudiera de manera efectiva conseguir ningún resultado, sino porque nuevamente podía demostrar a las masas lo limitado de la democracia burguesa y la incapacidad de las instituciones para canalizar la opinión de la mayoría social: nuestros sueños no caben en sus urnas. Sin embargo, el KKE prefirió, nuevamente, situarse al margen de la lucha de clases: elaboró una papeleta propia y pidió el voto nulo. El KKE ha optado, una vez más, por no enseñar al pueblo griego, por no lanzarlo contra el institucionalismo burgués.
En este contexto, Syriza -además con una cierta división interna- puede dejar de ser válida para el pueblo griego: ¿se atreverá el pueblo, nuevamente, a cambiar de actores políticos principales y relegar también a Syriza al basurero de la historia? ¿Será el KKE capaz de abandonar el sectarismo y fundirse con las masas para convertirlas en pueblo y asaltar el poder? ¿O será el fascismo quien canalice la nueva situación política?
Las revoluciones enseñan a los pueblos y a las masas: se extienden y elevan el movimiento revolucionario más allá de sus fronteras, son un impulso para la clase trabajadora del mundo entero, cambian la subjetividad y en este caso una revolución demostraría que, efectivamente, la revolución es posible en un país europeo en el siglo XXI, que el poder obrero puede ser real. Pero las revoluciones también enseñan a la burguesía: los errores que hoy comete en Grecia difícilmente se repetirán en otros espacios geográficos, por lo tanto, la primera revolución cuenta con una enorme ventaja sobre el resto, que se enfrentará a burguesías más decididas y violentas.
Habrá, a pesar de todo, todavía nuevas oportunidades para la revolución. Esperemos que el pueblo griego no las deje pasar, no sólo porque la salida revolucionaria no está determinada por la historia, y perdiendo oportunidad tras oportunidad el fascismo puede constituirse en alternativa, sino porque, antes o después el sistema acabará recomponiéndose, y perder el momento condenaría a la clase trabajadora a esperar a una nueva oportunidad, algo que, en la historia, se da en contadas ocasiones.