Centenarias canciones de Machado
Por Arturo del Villar
En 1924 la madrileña editorial Mundo Latino publicó el que sería el último poemario de Antonio Machado, Nuevas canciones. Después sucederían ediciones de las Poesías completas, además de las reflexiones de Juan de Mairena y los comentarios sobre La guerra, ambos libros impresos en 1937, así como artículos en periódicos, de modo que Nuevas canciones puede ser considerado su testamento lírico, y como tal leído con atención, lo que vamos a hacer ahora. Seguimos la numeración de la primera edición, debido a que en las Poesías completas introdujo variantes. Machado cumplió 49 años en 1924, y residía en Segovia desde finales de 1919.
El título no es exacto, porque abre el volumen un largo poema extraño en la obra del autor, “Olivo del camino”, ya que se trata de una silva en versos endecasílabos y heptasílabos, dividida en siete secciones, para narrar una mitología helénica, un pegote desconectado del resto, sin que este comentario afecte a la calidad del poema, que la tiene, pero aquí está fuera de su lugar correcto.
También se incluyen otros poemas varios que no pueden ser calificados de canciones, aunque es verdad que la mayor parte de los textos son cortos y aptos para integrarse en el rico folklore andaluz. La sucesión natural de los poemas se confirma porque ya habíamos leído el epígrafe “Proverbios y cantares” en Campos de Castilla (1912), una sección repetida aquí oportunamente, puesto que la obra machadiana es unitaria. Revisaremos ahora los versos que presentan un especial interés biográfico.
En la sección “Hacia tierra baja” entendemos que Machado sigue la antigua distinción entre dos partes de Andalucía, alta y baja, admitida por geógrafos, cantantes y poetas, por lo que ha de ser cierta. La baja comprende las provincias de Cádiz, Córdoba, Huelva y Sevilla, paisajes en los que se sitúan estas canciones. La primera describe “Rejas de hierro; rosas de grana,” entre las que se encuentra una muchacha esperando un amor novelesco. Importa más la segunda para nuestra investigación, que dice:
Aunque me ves por la calle,
también yo tengo mis rejas,
mis rejas y mis rosales.
De esta manera el poeta advierte al lector que a pesar de su aspecto vulgar, de paseante callejero, él también espera un amor especial, a sus 49 años, una edad en la que ya no suelen presentarse ensoñaciones románticas.
Y resultó un buen augur, porque iba a caer cinco años después bajo el hechizo de la mujer a la que apodó Guiomar y exageradamente llamaba “mi diosa”, en realidad una fascista, adúltera y aprovechada, de quien es preferible no decir ni el nombre.
El masón enamorado
En otra sección, “Folk—lore. Canciones de varias tierras”, la número XII se debe de referir muy probablemente a una escena con su amada Leonor Izquierdo, en el poco tiempo en que gozaron de convivencia. El noviazgo comprometido en 1908 fue muy desigual. Él era un hombre de 33 años, reconocido poeta, catedrático de Instituto y vicedirector del de Soria, y ella una muchacha de 14 años, de escasa cultura. Por edad él podía ser su padre y por instrucción su maestro.
Otra diferencia más notable radicaba en el hecho de ser ella practicante de la religión catolicorromana, y él agnóstico. No obstante, aunque el poeta dudaba sobre la verdad de esa institución religiosa, la única autorizada en el reino, según el artículo 11 de la Constitución de 1876 entonces vigente, se sometió a sus rituales para evitar disgustos con la familia reaccionaria de su amada, hija de un sargento de la Guardia Civil, y cotilleos con los sorianos, tan frecuentes en las poblaciones pequeñas. Pero se confesó en el poema:
En Santo Domingo
la misa mayor.
Aunque me decían
hereje y masón,
rezando contigo
¡cuánta devoción!
Por ser la masonería históricamente una sociedad secreta, no se permite comunicar los nombres de los socios ni los acuerdos de sus tenidas, por lo que cuanto se relaciona con ella es dudoso. Durante la última dictadura los vencedores de la guerra crearon en 1940 el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo, sucedido en 1963 por el Tribunal de Orden Público, que cumplieron terriblemente su misión. Después de la dictadura se han formado grupúsculos denominados masones, que anuncian sus tenidas en los periódicos, con lo que demuestran no ser masones.
Con todas las reservas pertinentes, parece ser que Antonio Machado ingresó en 1930 en la logia madrileña Mantua, sección de la Gran Logia Española, con el sobrenombre de Danton. El revolucionario presidente de los Cordeliers y de la Sociedad de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, votó la abolición de la monarquía en Francia y la ejecución del rey Luis XVI, lo que concuerda con la entrega total del poeta a los ideales republicanos y su menosprecio al rey Alfonso XIII, que no fue ejecutado, pero sí expulsado del trono democráticamente, y abolida la dinastía borbónica por las Cortes Constituyentes el 20 de noviembre de 1931.
Es de suponer que el proverbio tiene como protagonista a su mujer, Leonor Izquierdo, con la que se comprometió en Soria cuando ella era una muchacha provinciana sin más formación intelectual que la escuela primaria. Probablemente seguía los preceptos de la religión catolicorromana con fidelidad porque se los habían inculcado, y Machado debió de aceptar esa situación si quería continuar el noviazgo, así como la boda según el ritual catolicorromano, porque otra cosa era imposible en la España de 1909, y menos en Soria, alejada secularmente de la modernidad. La acompañaba al templo y hasta se contagiaba de su fervor externamente, porque su bien formada ideología no se conmovió ante la sustancial innovación en su vida. La iglesia de Santo Domingo es un interesante templo románico del siglo XI, del que Soria está legítimamente orgullosa.
Conocimiento del otro
Cambiando el tema, tienen especial interés los “Proverbios y cantares”, repetición del título que ya había puesto a una sección de Campos de Castilla, como se recordó antes. Varios de ellos tienen como protagonista al otro, un personaje esencial, que le permite a Machado redactar una teoría de la otredad, tema que en su tiempo era muy actual, y también interesó a Juan Ramón Jiménez y a Miguel de Unamuno, por ejemplo. En la tesis de Machado llega a identificarse con el que mira el espejo y con el que se ve reflejado en él, los dos son uno y mismo, según explica el IV al decir:
Mas busca en tu espejo al otro,
al otro que va contigo.
Si lo busca en el espejo es porque se refleja el rostro del que lo mira, luego el uno y el otro son una sola persona o personalidad, según la expresión machadiana marchan juntos. En su opinión este dato necesita ser recordado porque no solemos tenerlo en cuenta, pese a su interés para realizar el proyecto de conocerse uno a sí mismo, tal como aconsejaba la sentencia escrita en el templo de Apolo en Delfos, que en el criterio siempre justo de Sócrates resume toda la filosofía.
Al conocerse a sí mismo descubre la importancia del otro como un ser diferente. No se trata de desdoblar la personalidad, un tema novelesco muy útil, sino de identificar a las dos manifestaciones del yo, con la intervención del otro. El valor del otro es tan importante que para Machado era él mismo el espejo en el que se contempla el uno. Propone el cantar XXXIX:
Busca en tu prójimo espejo,
pero no para afeitarte,
ni para teñirte el pelo.
Antes aconsejó al lector utilizar un espejo para ver al otro, pero aquí el espejo ya no es un objeto externo, sino el prójimo, el otro. Y añade que no debe usarlo para atender a su cuidado higiénico, sino para encontrar en él al otro que está con él porque es él. La complejidad de la propuesta machadiana solamente puede entenderse en un aspecto filosófico. Hay que servirse del otro como un espejo en el que se ve el uno, el lector.
En estos aforismos de intención filosófica se presenta al otro con varios nombres, como el de complementario, palabra muy valiosa en la arquitectura textual machadiana, en la que figura un libro póstumo titulado precisamente Los complementarios, impreso por primera vez en Buenos Aires en 1957. Contiene unos apuntes tomados desde 1912, cuando fue trasladado a Baeza, hasta el primero de junio de 1925, en los que se encuentran los más variados temas de preocupación para el poeta. En el proverbio XV recomienda al lector nuevamente buscar al otro o prójimo:
Busca a tu complementario,
que marcha siempre contigo
y suele ser tu contrario.
Aquí el otro continúa siendo el mismo, con el que marcha siempre el uno que es el mismo, aunque se añade otra característica, la de que suelen ser contrarios los dos. Para comprender que el uno sea contrario del otro que es el mismo, es necesario tener en cuenta los ensayos originales acerca de la doble personalidad, que es un asunto científico, pero también literario. Volviendo a recordar a Sócrates, aseguraba poseer en su interior un daimon que le instruía y estuvo satisfecho de su condena a muerte. El novelista Robot Louis Stevenson superó a cuantos habían reseñado acciones del otro interior, al hacer que su buen doctor Jekyll descubriera una pócima que le permitía tomar una figura humana independiente y opuesta en todo a la suya: era su contrario y terminaron de mala manera inevitablemente, lo que no es óbice para buscar al complementario.
La poesía facilita el desdoblamiento interior en el verso. Para muchos líricos sus versos no están compuestos por su yo, sino por su tú, el otro íntimo deseoso de presentarse ante el lector como la otra mitad del autor, e incluso de superarla cuando existe alguna desavenencia entre ellas. El proverbio XXXVI muestra el sencillo desdoblamiento de la personalidad en el yo y el tú complementarios, siempre con el tema presente de la busca:
No es el yo fundamental
eso que busca el poeta,
sino el tú esencial.
La poesía lírica suele ser egocéntrica porque el autor expresa sus sentimientos particulares, aunque opina que debe hacerlos públicos por algún motivo, a veces por simple presunción. Se redacta en primera persona del singular, pero en el caso concreto de Machado no le gustaba recrearse en ella, sino que deseaba llevarla al terreno del otro, el tú por eso esencial. Comprobamos que abandona el egocentrismo para fijarse en el tú que acapara su interés. Sin embargo, ese tú resulta conocido, según aclara el proverbio LI, exponencial de la poética machadiana:
Con el tú de mi canción
no te aludo, compañero;
ese tú soy yo.
Una confesión esperada, por cuanto nos ha prevenido acerca de las características definitorias del tú con valor doble en el verso. De donde resulta que para Machado lo importante en el poema no era el yo creador, sino el tú receptor esencial, pero ese tú es el mismo poeta escritor. Al final resulta que hemos estado dando vueltas en torno al desdoblamiento de la personalidad con una exposición tautológica demostrativa de la preocupación de Machado por los rasgos definitorios del poeta.
Tal es la verdad a la que llega con las meditaciones filosóficas de sus proverbios, considerando a la filosofía en su grado etimológico de amor a la sabiduría para ajustar la propia vida a sus preceptos. Es sabida la afición de Machado a la filosofía, que le llevó a conseguir el título de licenciado en Filosofía y Letras, sección de Filosofía, en 1918, a sus 43 años, pero él enseñó francés en los institutos por los que pasó. Así demostró ser un buen filósofo en el sentido etimológico del término.
Su biografía confirma que fue fiel a sus ideas humanistas en aquellos años de transformaciones sociales continuas. Su integridad moral le obligaba a indagar por la verdad de las cosas influyentes en la personalidad, entre ellas de la política y la religión. En el proverbio LXXXIX se advierte a sí mismo, con el tú que es el yo, y de paso también al lector:
¿Tu verdad?, No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.
Por el dato de estar escrita la Verdad con la inicial mayúscula distintiva de los nombres propios, podemos suponer que se refiere a Dios, un tema presente en su poesía, aunque no en las Nuevas canciones. Le dice al tú que es el yo que acudan juntos a buscar la Verdad absoluta, que es superior al concepto que cada persona puede poseer de ella, siempre limitado por ser parcial. Probablemente esa búsqueda haya que efectuarla desde la filosofía, para lo que Machado se había preparado con entusiasmo. Es de suponer que la Verdad absoluta resulta imposible conquistarla en este mundo.
La poesía y los cantores
Un asunto que no podía faltar en esta sección de “Proverbios y cantares” es la poesía, aunque no se halla muy comentado. La obra poética machadiana es corta, recogida solamente en cuatro libros, y aun los dos primeros son uno ampliado en una segunda edición. Naturalmente, no es el número lo que cuenta, sino la calidad, y en esa faceta Machado es primordial.
A sus 49 años, al aparecer las Nuevas canciones, era un maestro admirado de lejos, debido a que su alejamiento de Madrid dificultaba el encuentro con sus colegas. Su amigo Juan Ramón Jiménez le superaba en la devoción de los jóvenes en aquel momento, aunque después surgieron desavenencias entre ellos. Y además nos han contado que Machado era parco en la conversación: “Misterioso y silencioso”, le describió Rubén Darío en 1907.
En este volumen se incluye el poema “En tren: Flor de verbasco”, dedicado “A los jóvenes poetas que me honraron con su visita en Segovia”, una dedicatoria equivocada, porque los honrados fueron ellos al ser recibidos por el maestro. Tener que trasladarse desde Madrid, lugar común de residencia para los intelectuales de expresión castellana en la época, a las provincias para saludar a otro requería un esfuerzo necesitado de mucho entusiasmo. La motorización era incipiente por entonces en España, y los trenes de carbón una molestia. Visitar a Machado era toda una aventura.
Dos proverbios seguidos y unidos temáticamente, XXVIII Y XXIX, aconsejan a los cantores unas pautas de comportamiento. Por cantores debemos entender los cantaores flamencos en primer lugar, y por derivación los poetas líricos, que componen canciones, como hacía el mismo Antonio Machado. Indica el primero:
Cantores, dejad
palmas y jaleos
para los demás.
Es usual jalear a los cantaores subrayando sus cantes con batir de palmas y exclamaciones de complacencia, cosa que Machado quería desterrar para dejar la canción desnuda, limitada al poder de la palabra. Esto es factible en la poesía, pero nunca en el flamenco, que necesita el jaleo y el vino para convocar a ese duende inspirador de los más grades maestros que en la historia han sido, según ellos mismos aseguran, y nadie lo sabe mejor. Leamos ahora el segundo aforismo:
Despertad, cantores:
acaben los ecos,
empiecen las voces.
Era una arraigada idea en el poeta, que deseaba ensalzar a los creadores con sus voces originales, y renegar de los imitadores dedicados a deshacer una buena canción o poesía con su copia desgraciada. En el “Retrato” con el que se presentó a los lectores en Campos de Castilla anunció ya sus preferencias literarias, muy lógicas, por otra parte: “A distinguir me paro las voces de los ecos”, un propósito que debiera seguir cualquier interesado en la evolución de la poesía para evitar equívocos.
Es algo comprensible que cuando triunfa un maestro le salga una infinidad de discípulos dispuestos a imitar su estilo para compartir un poco de su éxito. Por regla general los imitadores suelen carecer de la originalidad expresada por su antecesor, pero en las escuelas de arte y de literatura caben lo segundones meritorios. Así como en su tiempo hubo una plaga de poetas gongoristas, en el nuestro hemos conocido una pandemia de machadianos.
Todavía encontramos un proverbio más con instrucciones para los cantores, basadas en la experiencia de su autor. Es el número LXIX, que dice así:
Abejas, cantores,
no a la miel, sino a las flores.
Un consejo para realizar el trabajo creador de la poesía desde su origen causal. Lo fácil para las abejas es acudir a la miel ya elaborada, lo útil es hacerla desde las flores. Del mismo modo, el poeta o cantor debe empezar por basarse en un tema que le importe mucho, para desarrollarlo de una manera literaria que interese a los demás, a fin de conseguir lectores. El trabajo de redacción es imprescindible siempre.
El buen verso
Bien sabemos que las ideas para construir un buen poema solamente son útiles para el que las comunica, porque es una verdad absoluta la explicación de Mallarmé, respecto a que los poemas se escriben con palabras, no con ideas. No obstante, algo se aprende repasando lo que Machado opinaba acerca de la poesía, por tratarse de tan gran poeta que ha dado lugar a mucha cantidad de ensayos para estudiar su obra. El aforismo LXXIII Ofrece una recomendación a un lector que sea poeta, porque dice:
Da doble luz a tu verso,
para leído de frente
y al sesgo.
La interpretación de un poema depende en puridad del estado de ánimo del lector. Resultaría un hallazgo deslumbrante conseguir la propuesta de Machado, redactar un verso con dos lecturas posibles acertadas, aunque la realidad impone que para cada lector basta con una. La interpretación más fácil de este proverbio significa que en momentos difíciles en la sociedad, como durante una dictadura militar, el poeta se vea obligado a disimular la intención crítica de un poema, por medio de una lectura simplista.
Y hemos de considerar que en 1924, al editarse este poemario, el reino de España sufría bajo una dictadura militar impuesta con el beneplácito del rey, ejecutora de una censura total y la amenaza de castigos implacables, como el destierro impuesto a Unamuno el 20 de febrero del mismo año, con pérdida de sus cargos universitarios y su correspondiente paga. La verdad es que los artículos periodísticos y los poemas unamunianos solamente consienten una lectura, de enfrentamiento con la monarquía y la dictadura. Esto no quiere decir que estuvo bien impuesto el castigo, porque una dictadura militar no puede hacer nada positivo, puesto que es contraria a la naturaleza humana sin ninguna otra consideración.
El proverbio continúa en el LXXIV, con una disposición relativa a la aceptación de un poema que se hace tan popular que la gente lo repite como si fuera suyo, algo que puede tal vez molestar al autor:
Mas no te importe si rueda
y pasa de mano en mano:
del oro se hace moneda.
Tan valioso es un lingote de oro como una colección de monedas áureas, porque lo importante es la materia prima. En una Feria del Libro de Madrid escuché a dos muchachas una conversación sobre el volumen de Poesías de Machado editado por Losada, que durante años fue el de mayor circulación: “Es el que escribe las letras de Serrat”, por lo que el cantante resultaba ser más popular que el poeta. Los versos rodaban de garganta en garganta, y se consolidaban como objeto comunal en el acervo popular. Me disgustó oírlo, pero después pensé que a Machado probablemente le hubiera parecido bien esa explicación tan popular.
El autor es el que cobra los derechos por la reproducción de una obra, aunque los reproductores son quienes hacen posible la difusión. En la actualidad las obras de Machado son de dominio público, con lo que ya están convertidas en moneda valorada por un público variopinto. Gracias sobre todo a esos cantores a los que aconsejó con proverbios, su poesía llega a un público que no la compraría en libro, y que tiene de ella una valoración semejante a la alcanzada en los ambientes universitarios e intelectuales, sin saber nada de métrica.
Cantar y contar poesía
Estamos comprobando el gusto de Machado por la rima asonante y por el romance. Un proverbio con dos tercetillos, el LXXXI, comenta la apreciación de la estrofa más antigua de la poesía castellana. Sabemos que Machado figura en la larga lista de los poetas del romancero y del cancionero primitivos, sin pasar apenas a la innovación endecasílaba aportada por Boscán y Garcilaso en su época, y desde luego sin probar ninguna de las experimentaciones puestas en juego por los adalides de la vanguardia con los que coincidió en su tiempo de rupturas radicales.
La primera parte continúa aconsejando, ahora a un poeta en nombre de todos, aunque no parece muy didáctico ni extensivo:
Del romance castellano
no busques la sal castiza;
mejor que romance viejo,
poeta, cantar de niñas.
A Machado le gustaban los cantares de corro, en la clase o en el patio de recreo, y así lo contó en otros poemas. No obstante, parece que exageró algo, o tal vez mucho, al preferir esos cantares a la diversidad temática del romancero, podemos pensar con mucho respeto hacia su figura magistral. Recordemos que hasta llevó a un corro de niñas la noticia de la implantación de la República Española, el mayor acontecimiento de su vida.
La segunda parte concreta lo que le gustaba del romancero, que no estaba en las palabras, sino en la musicalidad conservada en el ritmo del castellano a través de los siglos, bastante monótono para nuestra apreciación:
Déjale lo que no puedes
quitarle: su melodía
de cantar que canta y cuenta
un ayer que es todavía.
El ayer y el hoy presentificados constituyen una idea arraigada en Machado, porque la repitió en otros proverbios de este mismo libro. Lo vemos en el VIII, que dice simplemente: “Hoy es siempre todavía”, y en el XXXVIII, que cuenta: “Mas el doctor no sabía / que hoy es siempre todavía”, y también en la serie titulada “De mi cartera (Apuntes de 1902)”, donde el aforismo VII, con el que concluye el volumen antes del índice, alude en el verso final: “del Ayer que es Todavía”, con esas iniciales mayúsculas que ignoramos a qué son debidas.
Ya que hemos llegado a esta serie dedicada casi enteramente a la poesía,
dejaremos de momento los “Proverbios y cantares” para continuar con el tema poético abordado en seis aforismos “De mi cartera”. Son importantes porque pueden ser considerados un proyecto de poética no continuado, tan directos y concretos que no precisan comentario. Ya el primero empieza por definir lo que ha de ser la poesía en opinión interesada de Machado:
Ni mármol duro y eterno,
ni música ni pintura,
sino palabra en el tiempo.
Eliminaba la relación con la escultura que tanto gustaba a los parnasianos franceses, pero también la musicalidad que persiguieron otras escuelas, como nuestros modernistas, y la pintura, lo que equivale a suprimir los lugares en los que se desarrollan escenas narradas en verso. En concreto, lo importante para elaborar un buen poema es compaginar las palabras acordes con su tiempo, es decir, las capaces de definir una tendencia o escuela significativa para marcar una época. Claro está que son posibles las excepciones, conforme a lo prescrito por el segundo aforismo:
Canto y cuento es la poesía.
Se canta una viva historia,
contando su melodía.
De modo que la poesía sí es música, utilizada para narrar una historia, lo que exige cantar y contar al mismo tiempo. Seguimos valorando especialmente la palabra adecuada representativa de su tiempo, aunque aquí ha de estar incorporada a una melodía para alcanzar su perfeccionamiento.
El tercero no toca el tema lírico, pero sí lo hace el cuarto, para ampliar su concepto de palabra en el tiempo, al presentarla en su desnudez estética. Para que la palabra sea esencial hay que despojarla de los aditamentos que algunas veces se han considerado buena literatura:
Toda la imaginería
que no ha brotado del río,
barata bisutería.
Las imágenes literarias y las metáforas han sido decisivas en varios momentos de la lírica mundial, por ejemplo en el barroco, hasta el punto de convertirse en su componente decisorio. Ya en el primer tercio del siglo XX, a consecuencia del desbarajuste histórico motivado por la irrupción de los movimientos vanguardistas, las metáforas colonizaron la poesía, hasta el punto de animar a José Ortega y Gasset a concluir tajantemente en 1925 que “La poesía es hoy el álgebra superior de las metáforas”, en su ensayo sobre La deshumanización del arte, que tanto molestó a los artistas coetáneos. En la exageración radica siempre el defecto, y eso es lo negativo en cualquier intención creadora, porque la invalida.
En opinión de Machado toda esa carga imaginera desvirtuaba la poesía. Prefería el agua clara llevada por los ríos, en aquel tiempo en que no estaban contaminados por tantos sedimentos extraños, a las escenas recargadas de adornos semánticos. Por eso no participó en el homenaje a Góngora rendido en 1927 por los poetas y artistas plásticos jóvenes, porque todo aquello le resultaba bisutería, y además barata.
El arte de rimar
Los tres últimos aforismos de la serie tienen como motivo la rima, cuando todavía coleaba la polémica sobre el versolibrismo, que él parece quiso resucitar con sus comentarios, a sabiendas de la repercusión que tenía su criterio por tratarse de un reconocido maestro lírico. El V explica con nuevas palabras el concepto ya repetido de su preferencia por el romancero y el cancionero, remansos de la asonancia, descuidados en el modernismo aficionado a las rimas llamativas, y más en los movimientos vanguardistas:
Prefiere la rima pobre,
la asonancia indefinida.
Cuando nada cuenta el canto,
acaso huelga la rima.
De nuevo el poeta recurre a la disyuntiva de contar y cantar para establecer la clasificación de un poema. El que cuenta no canta, pero el que canta cuenta lo que está cantando, diferencia muy valorada por Machado, atento siempre a los cantores, como hemos comprobado. La importancia del poema radica en lo que cuenta, y en el supuesto de no contar nada valioso, lo mejor es que se calle, es decir, que no exista el poema.
En cualquier caso, y como regla general, el poeta propone que siempre se prefiera la sencillez, la rima asonante clara y sin adornos, de la estirpe noble del romancero viejo. Pero en cualquier caso Machado defiende la conveniencia de emplear la rima, cuando se sabe utilizar. En caso contrario la solución es radical, según el aforismo VI, que resuelve el dilema entre emplear o no la rima, y actualiza las discusiones entre los partidarios y los detractores de verso libre todavía enzarzados en sus argumentos ya supersabidos e innecesarios al no aportar nada consistente a la poética:
Verso libre, verso libre…
Líbrate, mejor, del verso
cuando te esclavice.
Debemos entender por esclavitud andar buscando rimas trabajosamente, incluso con ayuda de alguno de los varios diccionarios de rimas existentes.
Es la opinión de Machado. En cambio, Unamuno se refirió a la “rima generadora”, la que facilita la composición de un poema a partir de la rima del primer verso, al permitir que las demás broten espontáneamente, y el poema se vaya haciendo con facilidad.
Por fin, el aforismo VII que cierra esta serie y el volumen de las Nuevas canciones en su primera edición, resume las disquisiciones acerca de la rima y sobre otros aspectos de la semántica a la hora de componer poemas:
La rima verbal y pobre,
y temporal es la rica.
El adjetivo y el nombre,
remansos del agua limpia,
son accidentes del verbo
en la gramática lírica
del Hoy que será Mañana,
del Ayer que es Todavía.
Insiste Machado en su criterio sobre la mejor rima: es la asonante, que a él le parece la más rica, aunque no explica el motivo, y pueden oponerse criterios de otros poetas. En el ámbito de las canciones parece que confluyen dos maneras, y tan buen resultado aportan las asonantes como las aconsonantadas. Coloca al adjetivo y al sustantivo en situación de ser comparables al agua limpia, como la del río que ya señaló es el que debe ser tenido en cuenta para valorar las imágenes y metáforas. Y en su contemplación del tiempo, tarea en la que han coincidido muchos líricos, recuerda que en su continuo devenir el ahora se convierte de inmediato en pasado sin darnos cuenta, un pasado con el que seguimos conectados y por ello nos parece que sigue presentificado de alguna manera en nuestra consciencia.
Poética política
Estamos terminando la lectura del volumen, y nos quedan por examinar unos poemas plantados en dos temas que han servido como eslogan en concentraciones políticas, acerca de las preferencias por hacer el amor o la guerra. En 1924 se recordaba con miedo la guerra comenzada en 1914, en la que España fue neutral, aunque intervino de varias maneras en la que entonces se consideró la última guerra que había sufrido la humanidad en su historia, porque la destrucción fue tan enorme que se creyó ingenuamente que serviría de escarmiento para evitar volver a un enfrentamiento armado entre países. Se pensó que la Sociedad de Naciones creada entonces era la garantía de la paz perpetua. Se supuso candorosamente que los belicistas habían sido derrotados y el mundo entraba en una era de placidez eterna.
Antonio Machado en el “Retrato” con que inició Campos de Castilla presumió de su espíritu revolucionario: “Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,” escribió. Por ello, le satisfizo que como consecuencia de la guerra mundial desaparecieran en Europa dos monarquías absolutas opresoras de sus pueblos, el Reich germano y el zarismo ruso, tal como lo cuenta el proverbio número LXXXVII, fechado en “(Baeza, 1919)” en su final:
[…] ¡el hombrecillo que fuma
y piensa, y ríe al pensar:
cayeron las altas torres;
en un basurero están
la corona de Guillermo,
la testa de Nicolás!
Aunque el reino de España fue neutral algunos pensaban que los resultados de la guerra incidirían en la realidad nacional, y desde luego Alfonso XIII tenía muy presente la ejecución de la familia zarista en Rusia, cuando las votaciones del 12 de abril de 1931 se decidieron por los partidos republicanos. Por eso huyó de Madrid a toda velocidad para embarcar en Cartagena hacia el exilio, en donde tenía bien colocados sus ahorros para continuar su vida viciosa y ociosa, ya sin tener que soportar a la familia.
La cuestión política está presente en el poema que leyó Machado en 1921 en el Mesón del Segoviano, durante el homenaje a Francisco Grandmontagne (1866—1936), periodista y novelista burgalés, entonces muy leído, titulado “En la fiesta de Grandmontagne”. Evocó su estancia en Buenos Aires y cómo se despidió de sus amigos cuando zarpaba a bordo “de un barco que se alejaba / del triste rabo de Europa”, más lírica que geográfica definición del reino de España. Regresó en 1903 y colaboró en las más importantes publicaciones periódicas del momento, y Machado resaltó que con su vuelta “nos trae la fe y la alegría / que ha perdido el castellano”. Visión pesimista corroborada con tres versos descriptivos del Madrid de Alfonso XIII, en el que no residía habitualmente:
En este remolino de España, rompeolas
de las cuarenta y nueve provincias españolas
(Madrid del cucañista, Madrid del pretendiente) […]
La Villa y Corte no gozaba de simpatías entre los poetas, ya desde el barroco soportó burlas por el abandono en que la tenían sus responsables, lo mismo que su río Manzanares. El juicio de Machado era superficial, porque hasta la proclamación de la República residió en provincias, y muy provincianas en el mal sentido del término. En cualquier caso, lo que le disgustaba no era la ciudad como tal, sino algunas de las personas que la habitaban,
porque como sucede en cualquier gran población por sus calles deambulaba toda clase de tipos, muchos indignos de ser llamados ciudadanos. Eso sucede en todas las épocas. Tal como cuentan los primeros versos, Madrid es el rompeolas del resto de España.
Por cierto: la palabra cucañista empleada por Machado no existe en la última edición, la 23.ª, del Diccionario de la lengua española, redactado por los numerarios de la Real Academia Española, ni en sus actualizaciones. Debido a que Machado no se molestó en ingresar en ese centro policial del lenguaje, no pudo presentar la correspondiente papeleta para que fuese discutida. Pero podemos tener la seguridad de que si Machado la utilizaba, es correcta, y debemos emplearla con agrado sin ningún recelo.
Al final el amor
Es importante en las Nuevas canciones un repaso fugaz al tema del amor, con la figura de Leonor al trasluz. Se expone en cuatro sonetos modernistas, o sonites como también se les ha llamado, numerados sin títulos, bajo el epígrafe común de “Los sueños dialogados”. Muerta Leonor a los tres años y dos días de la boda en 1912, el amor se convirtió para el poeta en una ensoñación, sobre la que medito en versos admirables.
En el I describió un paisaje como si hablase con Leonor, desde el inicio: “¡Cómo en el alto llano tu figura / se me aparece!…” Probablemente era un paisaje que contemplaron los dos algunas veces, y por ello entreveía su figura, por lo que iba narrando sus accidentes, con la aclaración de quién es el receptor del mensaje lírico: “Mira el incendio de esa nube grana, / y aquella estrella en el azul, esposa.” La poesía permite esas trampas temporales de hablar con un muerto lo mismo que con un vivo lejano, como si escuchasen lo que se les escribe.
En cambio el II, datado en “(Sevilla, 1919)”, es una reflexión acerca de las cualidades del amor que impone su poderío: “Nadie elige su amor”, reconoce mientras cuenta que su corazón escapa de su cuerpo, no está en las orillas del “Guadalquivir florido”, en donde él se encuentra en ese momento, sino en “los yermos castellanos” por los que paseó con la amada. Esta doble situación le permite relatar los dos paisajes, para llegar a concretar el lugar en que se mantiene líricamente su corazón independiente: “Mi corazón está donde ha nacido / no a la vida, al amor, cerca del Duero…” Fue en Soria en donde descubrió el amor, y allí se quedó su corazón, cuidando el sepulcro de Leonor.
Una “señora” es la destinataria del III sonite, sin más datos para identificarla. Los versos cuentan la acción de un crepúsculo sobre una “roca cenicienta” que parece emitir “un resplandor de aurora”. El descubrimiento le sirve para contar que él lleva en sí “el incendio de un amor”, y así “yo voy hacia la mar, hacia el olvido”, esa mar metáfora de la muerte como ya la señaló Jorge Manrique, uno de sus poetas predilectos, al que tenía en un altar, según nos relató. Pero en su caso la muerte no fue el olvido, porque su poesía está tan viva como en sus primeras ediciones, y mantiene vivo también el recuerdo del autor.
Y el IV comienza con una exclamación penosa: “¡Oh soledad, mi sola compañía”, remachada con una confidencia: “divierto mi tristeza sin amigo”, una situación desoladora, aunque piensa que es posible esperar el encuentro de un misterio portentoso que parece hablarle, por lo que termina haciendo un ruego a su soledad: “Descúbreme tu rostro: que yo vea / fijos en mí tus ojos de diamante”, lo que parece dejar encendida la esperanza de superar ese estado de soledad impuesto por la muerte de Leonor, aunque se trata de un deseo sin base firme, nada más una apetencia para remediar su estado de abandono.
En las sucesivas ediciones de las Poesías completas añadió otros poemas ocasionales como Nuevas canciones, aunque no tuvieran el tono de canciones, pero hemos visto que también la primera edición presenta ese inconveniente. En cualquier caso, es un libro que nos muestra a Machado en su complejidad, con el tratamiento de las cuestiones que le inquietaban, y añade rasgos fundamentales al conocimiento de su personalidad.
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