Collage: Juana dite la Loca, su marido dite el Hermoso y los comuneros
Por Nònimo Lustre.
PROEMIO
When I use a word… it means just what I choose it to mean, neither more nor less. -The question is,’ said Alice, whether you can make words mean so many different things. -The question is…which is to be master, that’s all. (Lewis Carroll, Through the Looking Glass, 1872)
Viene a decir el popular diácono anglicano que el significado de las palabras depende de la voluntad del Amo. Por ejemplo, ¿qué significa Mujer? Para unos, representa ‘la mitad del cielo’ pero, para otros, es ‘la mitad del infierno’. Dependerá del Jefe que, en esa tesitura, subyugue la interpretación. Pues bien, una somera lectura de la Historia europea/mediterránea, desde la Antigüedad hasta la Contemporaneidad, nos enseña que la Mujer ha sido conspicua, sistémica y encarnizadamente preterida… Seguir leyendo, clic aquí
JUANA dite LA LOCA, SU MARIDO dite EL HERMOSO
Y LOS COMUNEROS
Esquina superior izqda.: Aguamanil, siglo XIII, Louvre, París. Centro: Joanna, Reina de Castilla, Museo Histórico, Trieste. Esquina inferior izqda.: conocidísimo retrato ecuestre de Carlos I en la batalla de Mühlberg, por Tiziano; museo del Prado, Madrid.
En este collage, Juana la Comunera, última heredera de la última dinastía castellana, es acechada por íncubos y súcubos. Véanse, a la derecha, un Dragón. El flamenco César se las daba de neerlandés -entonces y ahora, sinónimo de moderno- pero, para eliminar a la levantisca nobleza castellana defensora del indigenato trastámara, recurrió a métodos obsoletos como ese rescoldo medieval encarnado por un Dragón que ya no sobrecogía a nadie. Más peligroso era el aguamanil que figura a la izquierda porque Juana no podía saber si vertía agua pura o estaba emponzoñado con algún tósigo mortal -es fama que su desnaturalizado vástago intentó envenenarla varias veces. El acorazado caballero pintado por Tiziano que pincha a la reina con su lanza, todavía no arrasaba el Viejo Continente por un quítame allá esas pajas religiosas. So pretexto de esas cuestiones sobrenaturales, Carlos I sí fue royalmente innovador: inventó las guerras de religión que asolarían Europa y el mundo durante los siglos subsiguientes.
Copiemos sin rubor una selección de la escritora nicaragüense Gioconda Belli:
Los Comuneros
“Llegó el presidente del Consejo del reino de Castilla, a pedirme que firmara un decreto condenando a los comuneros que se habían alzado en armas. No quise firmar nada. El 29 de agosto recibí a los que se declaraban capitanes de los comuneros, Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado. Escuché sus agravios y razones y les encomendé que hicieran lo que consideraran más beneficioso para los intereses del reino… Los cabecillas de la rebelión y el propio pueblo me urgían a que desacatara a mi hijo Carlos y me encargase del reino, para expulsar a los flamencos e impedir que siguieran quedándose con las riquezas y diezmos de España
Los nobles volvieron por lo suyo y aplastaron la rebelión. Un traidor les allanó el camino: Pedro Girón, quien sustituyó al leal Juan de Padilla al mando de las tropas comuneras. Girón les dejó el paso libre para que retomaran Tordesillas. Setenta y cinco días duró la revuelta y entre el 5 y 6 de diciembre Tordesillas se rindió a las fuerzas realistas…. Al contrario, Carlos reinstauró a los Denia y me dejó a merced de sus atropellos. Enconados y arrogantes, con toda la potestad de Carlos, los Denia volvieron a gobernar en mi casa. No me libré de ellos sino hasta el día de mi muerte.”
Discurso de Juana ante los Comuneros
“Yo tengo mucho amor a todas las gentes y pesaríame mucho de cualquier daño o mal que hayan recibido. Y porque siempre he tenido malas compañías y me han dicho falsedades y mentiras y me han traído en dobladuras… Y cuando yo supe de los extranjeros que entraron y estaban en Castilla, pesóme mucho dello.
Y maravillóme mucho de vosotros no haber tomado venganza de los que habían fecho mal… Y mucho me huelgo con vosotros, porque entendáis en remediar las cosas mal hechas, y si no lo hiciéredes, cargue sobre vuestras conciencias. Yo así os las encargo sobrello… Nombrad entre vosotros cuatro de los más sabios para esto que hablen conmigo, y yo los oiré y hablaré con ellos, y entenderé en ello, cada vez que sea necesario, y haré todo lo que pudiere” (Gioconda Belli, 2005. El pergamino de la seducción)
El marido ‘Hermoso’
Para Isabel la Católica, Juana de Castilla fue el tercer parto. Había finalizado la guerra civil castellana entre la reina usurpadora y su sobrina, la legítima reina Juana alias La Beltraneja. La reina dizque Católica -lema muy posterior a su reinado- había consumado su alevosía eliminando a los Trastámara, la última estirpe indígena que holló Castilla. La rústica Isabel, quiso europeizarse y, voto al chápiro verde que lo consiguió -le fue fácil recurrir a las Cortes europeas y, más fácil aún, regalarles Castilla a precio de saldo.
Juana de Castilla se casó con Felipe de Habsburgo en 1496 -eso de ‘El Hermoso’ se lo encasquetó el rey Luis XII de Francia. En un libro reciente (Juana I. La reina cuerda, Almuzara, 2023) la historiadora María Lara le describe como “alto, robusto, con la piel clara, las mejillas sonrosadas, cabello rubio y ojos azules”, pero también apunta que tenía “muchas caries” y sustituyó muchas de sus piezas dentales por oro. “Una sonrisa extravagante que marcó tendencia entre los nobles de la época”, relata. También era un juerguista y por lo visto “caía bien”. Otra cosa era de puertas para adentro. Ahí perdía toda la ‘hermosura’. “Nadie pensaría que en la intimidad fuera tan posesivo, arrogándose el derecho de administrar la herencia de su esposa”.
Nunca recibió el título de emperatriz que le correspondía. Tanto Fernando El Católico como Felipe El Hermoso eran muy ambiciosos. No querían ser ni el padre ni el marido de la reina o el rey consorte. Se odiaban entre ellos hasta el punto de no dirigirse la palabra pero los dos gallitos se confabularon para ‘enloquecer’ a Juana.
Juana desenterró y paseó el cadáver del dite El Hermoso para evitar que la volvieran a casar. Ejercer de viuda lo impedía. Según una tradición de Castilla, la reina viuda no podía volver a casarse hasta que pasase un año y un día desde la muerte del esposo. Su treta le habría valido para esquivar el matrimonio con Enrique VII de Inglaterra, “viejo, calvo, desdentado y del que se decía que tenía mal aliento”.
Prosigue Gioconda Belli acentuando unos visajes románticos que NO compartimos: “La felicidad de mi carne cada noche me incitaba a rebelarme contra los resabios de la rigidez castellana que prevalecían en el séquito leal a mi madre que me acompañaba… Me recriminaba mi confesor, tan mojigato y severo, con las peroratas en que acusaba a mis súbditos de preocuparse más por el buen beber que por la virtud, como si comer y beber fueran placeres prohibidos o pecaminosos.
Mi destino solo había cambiado de las manos de mis padres a las de mi marido… Sarampión. El rostro de Felipe lucía rojo por efectos de la fiebre y la enfermedad… Me aferré a su vida, llena de odio al Dios de mis padres, recé desesperadamente a otros dioses más compasivos, dioses que inventaba en olimpos imaginarios. Pero todo fue inútil. Al quinto día de las fiebres, Felipe expiró en mis brazos. Era el 25 de septiembre de 1506. Felipe tenía tan solo treinta años.
Antes de que los embalsamadores se llevaran el cuerpo de Felipe, pedí que me dejaran sola con él. Tomé sus manos y las acaricié, levantando los dedos uno por uno. Con la uña de mi dedo índice limpié las suyas, que aún mostraban la tierra de su último juego de pelota… El ojo fijo con la pupila dilatada, opaca, como una puerta condenada. Cadáver, musité, caverna, calamidad, calavera, cadalso, catafalco…. ¿Qué significaría para Ella, embarazada, enamorada y sitiada por intrigas de Estado, enfrentarse a la muerte inesperada y súbita de su marido? Juana y Felipe eran una pareja “mal avenida, pero bien enlazada”.
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